Da cuenta Arturo Pérez Revete en su último artículo de El Semanal de una aventura que corrió cuando tenía doce años, en el colegio de los Hermanos Maristas de Cartagena. Un compañero suyo había aparecido en la clase con un bonito bolígrafo y descuidadamente lo había dejado sobre la mesa al bajar al recreo. Por aquel entonces, ya llevaba corridas algunas aventuras en las que emulaba a Rocambole, así que aprovechó para quitárselo. Luego se puso a escribir con él, ostensiblemente, a la vista de su dueño, que puso el grito en el cielo.
La autoridad competente se puso manos a la obra, con la contundencia de la época, pero el pequeño Rocambole supo resistir muy bien, aunque la batalla era desigual. La papeleta la salvó otro de los alumnos, con el que Arturo no había intercambiado jamás ninguna palabra, al decir que lo había visto usar ese bolígrafo otras veces, con lo cual pasó a ser de su propiedad. La enseñanza que sacó el articulista del episodio es que a veces el crimen queda sin castigo. Pero hay más, claro, que él se calla y deja que los propios lectores descubran. La primera de todas es que el poder tiende a extralimitarse y a perder todo sentido de la medida. Un bolígrafo no era excusa para tan brutal castigo. En realidad, ninguna cosa podría servir como excusa. Por otro lado, semejante abuso de autoridad por parte del marista venía a echar por tierra todas las enseñanzas de la doctrina cristiana que se hubieran podido impartir en el colegio. Los niños aprendieron que ante el poder hay que someterse. La hipocresía surge a continuación.
En segundo lugar, que ante las exhibiciones de poder, la gente pierde la capacidad de raciocinio y no se entera de las cosas. El dueño del bolígrafo, en lugar de pedir más y más castigo, debería habérselo regalado. Quién sabe las reacciones que hubiera desencadenado este gesto. Pero es que con la paliza que recibió, se lo había ganado.
Hubo, sin embargo, un niño que supo entender la situación. Y con ello nos llena de curiosidad, queremos saber qué ha sido de él, aunque resulta fácil presumir que le haya tratado bien o mal la vida, habrá sabido estar a la altura de las circunstancias.
La autoridad competente se puso manos a la obra, con la contundencia de la época, pero el pequeño Rocambole supo resistir muy bien, aunque la batalla era desigual. La papeleta la salvó otro de los alumnos, con el que Arturo no había intercambiado jamás ninguna palabra, al decir que lo había visto usar ese bolígrafo otras veces, con lo cual pasó a ser de su propiedad. La enseñanza que sacó el articulista del episodio es que a veces el crimen queda sin castigo. Pero hay más, claro, que él se calla y deja que los propios lectores descubran. La primera de todas es que el poder tiende a extralimitarse y a perder todo sentido de la medida. Un bolígrafo no era excusa para tan brutal castigo. En realidad, ninguna cosa podría servir como excusa. Por otro lado, semejante abuso de autoridad por parte del marista venía a echar por tierra todas las enseñanzas de la doctrina cristiana que se hubieran podido impartir en el colegio. Los niños aprendieron que ante el poder hay que someterse. La hipocresía surge a continuación.
En segundo lugar, que ante las exhibiciones de poder, la gente pierde la capacidad de raciocinio y no se entera de las cosas. El dueño del bolígrafo, en lugar de pedir más y más castigo, debería habérselo regalado. Quién sabe las reacciones que hubiera desencadenado este gesto. Pero es que con la paliza que recibió, se lo había ganado.
Hubo, sin embargo, un niño que supo entender la situación. Y con ello nos llena de curiosidad, queremos saber qué ha sido de él, aunque resulta fácil presumir que le haya tratado bien o mal la vida, habrá sabido estar a la altura de las circunstancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario