Estando Zapatero en Bucarest, le llegó la noticia de que el gobierno catalán preparaba el trasvase del Segre y, sin más, sabio que es él, dijo que mientras fuera presidente no se haría ningún trasvase. La solución de la sequía que había planteado Narbona con anterioridad era la de llevar agua de Almería en barco hasta Barcelona. Finalmente, alguien dio en pensar en la solución que finalmente se ha acordado. Por su parte, Montilla dijo que haría el trasvase, quisiera o no quisiera Zapatero.
Zapatero ha optado por cambiar el nombre al trasvase. La encargada de dar la clase semántica, aprovechando sus grandes dotes didácticas, ha sido la vicepresidenta. Cuando el agua del Ebro va a Barcelona es una conducción. A otros sitios no puede ir porque entonces sería un trasvase.
La cuestión es que en Cataluña cualquier gesto de rebeldía contra el gobierno central tapa todos los errores, de previsión, de gestión y de lo que sea, y acaba otorgando muchos votos. El partido de Zapatero y el partido de Montilla, a los que la falta de agua en Barcelona pilló en mantillas y que tardaron mucho en encontrar una solución, han ganado votos en Cataluña.
El presidente de Aragón está metido en un lío, porque dijo que si había trasvase dimitiría. No lo ha hecho. Está esperando el dictamen de una comisión, lo que, salvo sorpresa, despeja muchas dudas acerca de sus propósitos.
Por su parte, los socialistas valencianos siempre van a rebufo de los catalanes y de su dirección nacional. No es concebible ningún tipo de protesta y además va a venir Pepiño a ponerlos más firmes todavía. Todos los votos que ha ganado Zapatero en Cataluña con “la conducción” los ha perdido en la Comunidad Valenciana, sin que ningún socialista o simpatizante valenciano haya osado alzar siquiera un dedo.
En estas condiciones, así se las ponían a Fernando VII, según cuentan, Francisco Camps puede soñar con mucho.
Las batallas que gana Zapatero son efímeras, aunque a él le basta con eso. Buscando fomentar la igualdad entre hombres y mujeres ha nombrado más ministras que ministros, pero basta con mirar el segundo escalón, para comprobar que todo es puro artificio. La llamada guerra del agua tampoco la va a ganar Zapatero, porque la solución definitiva sólo puede salir de un gran acuerdo y no de una imposición y de la consiguiente propaganda.
Zapatero ha optado por cambiar el nombre al trasvase. La encargada de dar la clase semántica, aprovechando sus grandes dotes didácticas, ha sido la vicepresidenta. Cuando el agua del Ebro va a Barcelona es una conducción. A otros sitios no puede ir porque entonces sería un trasvase.
La cuestión es que en Cataluña cualquier gesto de rebeldía contra el gobierno central tapa todos los errores, de previsión, de gestión y de lo que sea, y acaba otorgando muchos votos. El partido de Zapatero y el partido de Montilla, a los que la falta de agua en Barcelona pilló en mantillas y que tardaron mucho en encontrar una solución, han ganado votos en Cataluña.
El presidente de Aragón está metido en un lío, porque dijo que si había trasvase dimitiría. No lo ha hecho. Está esperando el dictamen de una comisión, lo que, salvo sorpresa, despeja muchas dudas acerca de sus propósitos.
Por su parte, los socialistas valencianos siempre van a rebufo de los catalanes y de su dirección nacional. No es concebible ningún tipo de protesta y además va a venir Pepiño a ponerlos más firmes todavía. Todos los votos que ha ganado Zapatero en Cataluña con “la conducción” los ha perdido en la Comunidad Valenciana, sin que ningún socialista o simpatizante valenciano haya osado alzar siquiera un dedo.
En estas condiciones, así se las ponían a Fernando VII, según cuentan, Francisco Camps puede soñar con mucho.
Las batallas que gana Zapatero son efímeras, aunque a él le basta con eso. Buscando fomentar la igualdad entre hombres y mujeres ha nombrado más ministras que ministros, pero basta con mirar el segundo escalón, para comprobar que todo es puro artificio. La llamada guerra del agua tampoco la va a ganar Zapatero, porque la solución definitiva sólo puede salir de un gran acuerdo y no de una imposición y de la consiguiente propaganda.
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