Hay una moda que consiste en tomar ocho vasos de agua diarios. La ciencia ha podido determinar la cantidad exacta de agua que necesita el ser humano. Los habitantes de las zonas desarrolladas del planeta pueden saber cuál es la cantidad que necesitan de cada alimento. Puede que incluso llegue el día en que la ciencia oficial española acepte las tesis de Ana María Lajusticia y reconozca que la alimentación actual tiene déficit de magnesio y ello se traduzca en un consumo masivo de este mineral y, acaso, como consecuencia se reduzcan drásticamente algunas inflamaciones y molestias. Pero no todos tienen estas ventajas a su alcance. Muchos de los habitantes del planeta comen si pueden, cuando pueden y lo que pueden.
La humanidad no ha alcanzado el grado de sofisticación necesario para preocuparse por los demás. Está muy lejos de poderse interesar por los que tienen hambre y sed de justicia o, sencillamente, hambre y sed. Baste decir que el Vaticano ha sacado una lista de nuevos pecados sociales, entre los que está la excesiva riqueza y luego los cardenales se fotografían sonrientes con millonarios en euros. Quizá es que no consideran excesiva esa riqueza o acaso que se les ha prometido que van a repartir los excesos.
La cuestión es que los pobres no comen y quienes se lo pueden permitir pesan los filetes de carne y miden el agua que toman. El agua está muy buena; son muchas las veces, en los días calurosos, en los que un vaso de agua fresca me ha parecido una de las mejores cosas de la creación. El agua, esta agua, esa agua, la que sea, es la que nos permite vivir. Pero la lectura nos permite tener algunos conocimientos. En concreto, ya consta desde hace algunos años en los libros de Ana María Lajusticia algo que parece sumamente lógico. El cuerpo humano necesita entre un litro y medio y dos litros de agua cada día, pero en esa cantidad está incluida la que se toma en los alimentos, la leche, las sopas, el café, las frutas, etc.
La humanidad no ha alcanzado el grado de sofisticación necesario para preocuparse por los demás. Está muy lejos de poderse interesar por los que tienen hambre y sed de justicia o, sencillamente, hambre y sed. Baste decir que el Vaticano ha sacado una lista de nuevos pecados sociales, entre los que está la excesiva riqueza y luego los cardenales se fotografían sonrientes con millonarios en euros. Quizá es que no consideran excesiva esa riqueza o acaso que se les ha prometido que van a repartir los excesos.
La cuestión es que los pobres no comen y quienes se lo pueden permitir pesan los filetes de carne y miden el agua que toman. El agua está muy buena; son muchas las veces, en los días calurosos, en los que un vaso de agua fresca me ha parecido una de las mejores cosas de la creación. El agua, esta agua, esa agua, la que sea, es la que nos permite vivir. Pero la lectura nos permite tener algunos conocimientos. En concreto, ya consta desde hace algunos años en los libros de Ana María Lajusticia algo que parece sumamente lógico. El cuerpo humano necesita entre un litro y medio y dos litros de agua cada día, pero en esa cantidad está incluida la que se toma en los alimentos, la leche, las sopas, el café, las frutas, etc.
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