Hay una cárcel de mujeres en Perú en la que para visitar a alguna de las internas hay que invertir al menos cinco horas, como se puede comprobar en el relato titulado Desde el infierno, al que se accede pinchando en el enlace. Los reclusos ya pagan su pena, al contrario que muchos que viven libres y que siendo muchas veces peores que ellos, no irán a presidio. Los simpatizantes de ETA, por ejemplo.
Poner tantas trabas para las visitas puede significar que algún recluso, reclusa en este caso, no reciba ninguna, con lo cual paga dos veces, algo tremendamente injusto.
Un español, a la vista de lo que se cuenta sobre ese penal, comento en privado que eso no ocurre en España, que en nuestro país las cárceles están orientadas a la reinserción. Supongo que en España no debe de ser tan difícil visitar a los reclusos y también es cierto que los ponentes de nuestra Constitución determinaron que la pena de cárcel no podía tener como finalidad la venganza sino la reinserción. Esto no deja de ser una ñoñería y eso que uno de los ponentes cobraba (es fácil adivinar cuál) y no cantidades ñoñas precisamente, según hace constar Luis Herrero en la página 202 de “Los que le llamábamos Adolfo”. Si no fuera por venganza no estarían en la cárcel. Y lo de pretender la reinserción no viene a ser más que un modo de acallar la conciencia de quienes han tenido una vida más fácil que muchos de los delincuentes. Lo cierto es que si se pretendiera la reinserción, probablemente habría que destinar muchos más medios técnicos y personal preparado para esa tarea; pero muchos de los presos no son susceptibles de ser reinsertados, salvo sorpresa mayúscula, aunque alguna se da de vez en cuando. Para esos casos están las medidas de gracia excepcionales.
Por otro lado, si se tiene en cuenta a los ladrones de guante blanco, que son los que más dinero roban y los que menos tiempo suelen estar en la cárcel, se observa que a lo que aprenden es a que no los vuelvan a pillar robando. Si hubieran aprendido los fundamentos de la decencia en la cárcel, devolverían lo robado.
Poner tantas trabas para las visitas puede significar que algún recluso, reclusa en este caso, no reciba ninguna, con lo cual paga dos veces, algo tremendamente injusto.
Un español, a la vista de lo que se cuenta sobre ese penal, comento en privado que eso no ocurre en España, que en nuestro país las cárceles están orientadas a la reinserción. Supongo que en España no debe de ser tan difícil visitar a los reclusos y también es cierto que los ponentes de nuestra Constitución determinaron que la pena de cárcel no podía tener como finalidad la venganza sino la reinserción. Esto no deja de ser una ñoñería y eso que uno de los ponentes cobraba (es fácil adivinar cuál) y no cantidades ñoñas precisamente, según hace constar Luis Herrero en la página 202 de “Los que le llamábamos Adolfo”. Si no fuera por venganza no estarían en la cárcel. Y lo de pretender la reinserción no viene a ser más que un modo de acallar la conciencia de quienes han tenido una vida más fácil que muchos de los delincuentes. Lo cierto es que si se pretendiera la reinserción, probablemente habría que destinar muchos más medios técnicos y personal preparado para esa tarea; pero muchos de los presos no son susceptibles de ser reinsertados, salvo sorpresa mayúscula, aunque alguna se da de vez en cuando. Para esos casos están las medidas de gracia excepcionales.
Por otro lado, si se tiene en cuenta a los ladrones de guante blanco, que son los que más dinero roban y los que menos tiempo suelen estar en la cárcel, se observa que a lo que aprenden es a que no los vuelvan a pillar robando. Si hubieran aprendido los fundamentos de la decencia en la cárcel, devolverían lo robado.
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