Si tuviera que elegir, para compañero de sobremesa, entre Susana Fortes y Francisco Camps, elegiría a la primera sin pensarlo dos veces. No me cabe ninguna duda de que la conversación sería mucho más ágil, divertida y nutricia con ella que con el presidente del gobierno valenciano.
Una novelista que confiesa que cuando comienza una novela no sabe cómo va a acabar, sino que deja que sus personajes cobren vida y forjen ellos mismos su destino, por fuerza ha de ser una mujer llena de imaginación y gusto de vivir. Quizá podría descifrar los entresijos de El azar de Laura Ulloa. O acaso averiguar que termina pensando una gallega de los valencianos, algo que, por otra parte, sería tan complicado al menos como interesante. O tal vez le inquiera por Las cenizas de la Bounty o por El amante albanés. Acaso por la última, Quattrocento.
La conversación con Camps, en cambio, la imagino aburrida, tirando a monotemática. Creo que resultaría imposible para mí poner tanta atención a sus palabras como según se desprende de las fotografías que publica la prensa ponen Rambla, González Pons y otros. Yo trataría de desentrañar los motivos por los que quiso jurar el cargo sobre su propia biblia. Él se empeñaría tal vez en que la conversación girara en torno a la guerra del agua. Tampoco tengo claro si se trataría de una conversación propiamente dicha o de una serie de consignas que trataría de darme. Ebro por aquí, Ebro por allá. Tal vez, me asaltaría la tentación de preguntarle si lo que desea realmente es saciar la sed de los valencianos o conseguir muchos votos gracias a este asunto.
Ahora bien, con todo y a pesar de la ingeniosidad y de la calidad literaria de Susana, no tendría más remedio que decirle que su artículo Bostezar no me gustó. Ignoro si lo escribió porque una gallega no puede comprender la sed valenciana o si fue porque para escribir en El País hay que atacar al PP, tenga o no tenga razón.
Una novelista que confiesa que cuando comienza una novela no sabe cómo va a acabar, sino que deja que sus personajes cobren vida y forjen ellos mismos su destino, por fuerza ha de ser una mujer llena de imaginación y gusto de vivir. Quizá podría descifrar los entresijos de El azar de Laura Ulloa. O acaso averiguar que termina pensando una gallega de los valencianos, algo que, por otra parte, sería tan complicado al menos como interesante. O tal vez le inquiera por Las cenizas de la Bounty o por El amante albanés. Acaso por la última, Quattrocento.
La conversación con Camps, en cambio, la imagino aburrida, tirando a monotemática. Creo que resultaría imposible para mí poner tanta atención a sus palabras como según se desprende de las fotografías que publica la prensa ponen Rambla, González Pons y otros. Yo trataría de desentrañar los motivos por los que quiso jurar el cargo sobre su propia biblia. Él se empeñaría tal vez en que la conversación girara en torno a la guerra del agua. Tampoco tengo claro si se trataría de una conversación propiamente dicha o de una serie de consignas que trataría de darme. Ebro por aquí, Ebro por allá. Tal vez, me asaltaría la tentación de preguntarle si lo que desea realmente es saciar la sed de los valencianos o conseguir muchos votos gracias a este asunto.
Ahora bien, con todo y a pesar de la ingeniosidad y de la calidad literaria de Susana, no tendría más remedio que decirle que su artículo Bostezar no me gustó. Ignoro si lo escribió porque una gallega no puede comprender la sed valenciana o si fue porque para escribir en El País hay que atacar al PP, tenga o no tenga razón.
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