No le ha sentado nada bien a la conocida política que se haya desvelado orientación política de su padre, tan dispar de la suya. Alega que nunca la ha negado, lo que no deja de ser una obviedad, porque ¿cómo podría hacerlo? Es algo documentado e inocultable. De lo que no acaba de percatarse, o eso parece, es que debió ser ella quien difundiese el detalle, dado el antagonismo político entre ambos.
Es de sentido común que nadie tiene, ni puede tener, la obligación de acertar en las opciones, en este caso políticas, por las que opta. Por otro lado, es imposible saber, al menos hoy en día, quien está en lo cierto. Lo que sí se puede pedir es que se intente acertar, y ese intento, al menos en principio, hay que reconocérselo a los dos, al padre y a la hija.
Cuando se cataloga a las personas, sin más, por su orientación política se cae en el sectarismo. Cabría catalogar a Cristina como tal con respecto a su padre, pues si hubiera respetado su libertad de elección no hubiera tenido ningún problema en explicar cada vez que hubiera motivo para ello, la historia de su padre.
Las excusas que ha dado, en el sentido de que está muy orgullosa de su padre y de que su pasado franquista data de antes de que ella naciera, no resultan nada convincentes. Es decir, si está tan orgullosa, ¿por qué lo callaba? ¿Y qué importancia tiene que hubiera ocurrido antes de que ella naciera? Con esas respuestas lo que hace es salirse por la tangente, evitar mirarse cara a cara con su propia realidad.
Porque lo que podría ocurrir no es que ella hubiera elegido la opción política en la que cree, sino la que más le convino en su momento para su medro personal. De ahí que alegue que el gran disgusto de su padre fue el camino que tomó ella. También concuerda con esta idea que, en la representación del papel que ha adoptado, hable primero de quemar libros y luego se retracte y etcétera.
Es de sentido común que nadie tiene, ni puede tener, la obligación de acertar en las opciones, en este caso políticas, por las que opta. Por otro lado, es imposible saber, al menos hoy en día, quien está en lo cierto. Lo que sí se puede pedir es que se intente acertar, y ese intento, al menos en principio, hay que reconocérselo a los dos, al padre y a la hija.
Cuando se cataloga a las personas, sin más, por su orientación política se cae en el sectarismo. Cabría catalogar a Cristina como tal con respecto a su padre, pues si hubiera respetado su libertad de elección no hubiera tenido ningún problema en explicar cada vez que hubiera motivo para ello, la historia de su padre.
Las excusas que ha dado, en el sentido de que está muy orgullosa de su padre y de que su pasado franquista data de antes de que ella naciera, no resultan nada convincentes. Es decir, si está tan orgullosa, ¿por qué lo callaba? ¿Y qué importancia tiene que hubiera ocurrido antes de que ella naciera? Con esas respuestas lo que hace es salirse por la tangente, evitar mirarse cara a cara con su propia realidad.
Porque lo que podría ocurrir no es que ella hubiera elegido la opción política en la que cree, sino la que más le convino en su momento para su medro personal. De ahí que alegue que el gran disgusto de su padre fue el camino que tomó ella. También concuerda con esta idea que, en la representación del papel que ha adoptado, hable primero de quemar libros y luego se retracte y etcétera.
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