En su estupendo resumen del mundial de ajedrez, titulado El ajedrez ya no es lo que era, Rafa Marí desentierra una vieja propuesta del genial ajedrecista Bobby Fischer, que él llamó ajedrez aleatorio.
Un erudito puede mantener a raya, y mostrarse inalcanzable para él, a un sabio, en el caso de que éste no haya sido reconocido públicamente como tal, puesto que no es probable el común de los mortales quiera percatarse de la profundidad de su mensaje y en cambio no tendrá más remedio que rendirse ante la montaña de datos que puede ofrecer el erudito. El genio no tiene más remedio que hacerse reconocer como tal para hacer oír su voz. En caso contrario, ha de sucumbir ante la realidad de la vida.
Pero esto ocurre también en el deporte. Antiguamente, se podía presenciar cualquier acontecimiento deportivo con la esperanza de disfrutar con las evoluciones de aquellos jugadores dotados con una habilidad especial, a los que se llamaba genios de su especialidad. Esto ocurría en el fútbol, por ejemplo, y ahora ya no lo veo porque con las tácticas se ahoga a los superclase y resulta muy difícil disfrutar con aquellas espectaculares evoluciones de antaño.
La fortaleza física, las tácticas, las estrategias, imperan sobre las genialidades, a las que no dejan ni a sol ni a sombra y la única fuente de placer que le queda al espectáculo deportivo es la victoria.
Y el trabajo maquinal se va imponiendo en todos los órdenes de la vida, el genio ha de pasar por el aro y asumir este estado de cosas, como único modo de llegar al lugar en el que pueda desarrollar su talento, en beneficio de todos, por supuesto.
El ajedrez no podía escapar a esta ley que se va imponiendo en la vida y el estudio y la memorización de las variantes y sus posibilidades puede aplastar al genio creador. Bobby Fisher se dio cuenta de que en el futuro ya no le bastaría su talento creador para vencer, sino que tendría que dedicar muchas horas a la memorización, cosa que es fácil comprender que seca al genio. Su propuesta consistió en que la colocación de las piezas principales se determinase por sorteo en cada partida, siendo las posiciones de inicio iguales para ambos contrincantes.
Un erudito puede mantener a raya, y mostrarse inalcanzable para él, a un sabio, en el caso de que éste no haya sido reconocido públicamente como tal, puesto que no es probable el común de los mortales quiera percatarse de la profundidad de su mensaje y en cambio no tendrá más remedio que rendirse ante la montaña de datos que puede ofrecer el erudito. El genio no tiene más remedio que hacerse reconocer como tal para hacer oír su voz. En caso contrario, ha de sucumbir ante la realidad de la vida.
Pero esto ocurre también en el deporte. Antiguamente, se podía presenciar cualquier acontecimiento deportivo con la esperanza de disfrutar con las evoluciones de aquellos jugadores dotados con una habilidad especial, a los que se llamaba genios de su especialidad. Esto ocurría en el fútbol, por ejemplo, y ahora ya no lo veo porque con las tácticas se ahoga a los superclase y resulta muy difícil disfrutar con aquellas espectaculares evoluciones de antaño.
La fortaleza física, las tácticas, las estrategias, imperan sobre las genialidades, a las que no dejan ni a sol ni a sombra y la única fuente de placer que le queda al espectáculo deportivo es la victoria.
Y el trabajo maquinal se va imponiendo en todos los órdenes de la vida, el genio ha de pasar por el aro y asumir este estado de cosas, como único modo de llegar al lugar en el que pueda desarrollar su talento, en beneficio de todos, por supuesto.
El ajedrez no podía escapar a esta ley que se va imponiendo en la vida y el estudio y la memorización de las variantes y sus posibilidades puede aplastar al genio creador. Bobby Fisher se dio cuenta de que en el futuro ya no le bastaría su talento creador para vencer, sino que tendría que dedicar muchas horas a la memorización, cosa que es fácil comprender que seca al genio. Su propuesta consistió en que la colocación de las piezas principales se determinase por sorteo en cada partida, siendo las posiciones de inicio iguales para ambos contrincantes.
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