Cualquier periodista que desempeñe su labor en un medio catalán y que desee hacer un guiño a su audiencia sabe que no tiene más que citar a Aznar, añadiendo cualquier epíteto, en la seguridad de que será bien recibido por la mayoría. Pero si en lugar de referirse a Aznar, opta por decir que Zapatero ha decepcionado a los catalanes, también obtendrá la aquiescencia general. Cualquier cosa que tenga que ver con España, que no se ajuste al ideario nacionalista, es tildado de rancio españolismo, o peor. Todo lo español es rancio o carca o ultranacionalista.
Los nacionalistas catalanes, que reconocen que lo son, en lugar de comprender a otros nacionalistas, como hacen con los vascos o lo gallegos, la emprenden con los españoles; pero no acaba ahí la cosa, sino que tildan de ultranacionalista a quienes bajo ningún concepto pueden serlo, puesto que únicamente se limitan a señalar lo anacrónico de los nacionalismos en los tiempos modernos.
El reportaje de The Economist, en el que se habla de las obsesiones de los nacionalistas y pone de relieve que el Estado de las Autonomías ha hecho que renazca el viejo fenómeno español de los caciques, y pone como ejemplo a tres, Manuel Chaves, Manuel Fraga y Jordi Pujol, ha desatado las iras del gobierno catalán y la Generalitat exige que el periódico inglés pida disculpas. Actitud que viene a demostrar que The Economist está en lo cierto, al menos en algunos de los detalles.
El semanario británico ha hecho un reportaje y lo ha sometido a la consideración de sus lectores, como cualquier medio periodístico. El gobierno catalán cataloga de insultante lo que se dice sobre la realidad catalana y la situación del idioma catalán. Los políticos catalanes no se plantean que el semanario pueda tener la razón o parte de ella. Probablemente, Albert Boadella, que es catalán, piense que acierta. Lo que dice el gobierno catalán es que ese semanario no tiene ni idea y le preocupa este estado de opinión sobre Cataluña. Visto el modo de actuar de estos personajes, puede que opten por gastar ingentes cantidades de dinero español –rancio, por supuesto-, en campañas publicitarias en las que se alaben las bondades de los nacionalistas en Cataluña.
Los nacionalistas catalanes, que reconocen que lo son, en lugar de comprender a otros nacionalistas, como hacen con los vascos o lo gallegos, la emprenden con los españoles; pero no acaba ahí la cosa, sino que tildan de ultranacionalista a quienes bajo ningún concepto pueden serlo, puesto que únicamente se limitan a señalar lo anacrónico de los nacionalismos en los tiempos modernos.
El reportaje de The Economist, en el que se habla de las obsesiones de los nacionalistas y pone de relieve que el Estado de las Autonomías ha hecho que renazca el viejo fenómeno español de los caciques, y pone como ejemplo a tres, Manuel Chaves, Manuel Fraga y Jordi Pujol, ha desatado las iras del gobierno catalán y la Generalitat exige que el periódico inglés pida disculpas. Actitud que viene a demostrar que The Economist está en lo cierto, al menos en algunos de los detalles.
El semanario británico ha hecho un reportaje y lo ha sometido a la consideración de sus lectores, como cualquier medio periodístico. El gobierno catalán cataloga de insultante lo que se dice sobre la realidad catalana y la situación del idioma catalán. Los políticos catalanes no se plantean que el semanario pueda tener la razón o parte de ella. Probablemente, Albert Boadella, que es catalán, piense que acierta. Lo que dice el gobierno catalán es que ese semanario no tiene ni idea y le preocupa este estado de opinión sobre Cataluña. Visto el modo de actuar de estos personajes, puede que opten por gastar ingentes cantidades de dinero español –rancio, por supuesto-, en campañas publicitarias en las que se alaben las bondades de los nacionalistas en Cataluña.
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