Es conveniente tener algún tipo de referencia, aunque éste no debería servir más que como enfoque general de cada cuestión. Luego, conviene examinar cada caso concreto en función de sus circunstancias particulares. En el caso de Hannah Jones, la niña de 13 años, que tras luchar duramente contra la leucemia durante ocho años ha decidido que no desea que le hagan un transplante de corazón, procede ponerse en su lugar.
Quizá ella esté pensando que hubiera preferido no luchar contra la leucemia y vivir plenamente durante el tiempo que hubiera podido. Quizá alguien pueda pensar que los ocho años que lleva tratando de vencer a la leucemia son años arrancados a la muerte. Desde el punto de vista de la niña, la cuestión puede ser otra, puede pensar que todo ese tiempo ha sido de sufrimiento y no de vida. Si antes de comenzar el proceso, se le hubiera informado de todo lo que podía ocurrir y ella hubiera sido capaz de entenderlo, podría haber optado por vivir seis meses, o el tiempo que fuera, disfrutando del cariño de sus familiares. Sometida a la tortura médica, la enfermedad debe de haber ocupado gran parte de sus pensamientos, quedando menos para la familia.
Ahora toca un transplante y las posibilidades que considera la pequeña no son muy halagüeñas. La primera posibilidad consiste en morir en el propio quirófano, dada su extrema debilidad; si sobrevive, pasará a vivir en la UVI, en la que también puede acabar muriendo; si no sucede esto, pasará a la habitación del hospital, también con remotas posibilidades de sobrevivir; y las posibilidades de que finalmente logre ir a casa son remotas.
No se trata, entonces, de un caso de eutanasia, aunque visto groseramente pueda considerarse así. Quizá habría que considerar si fue ético comenzar el tratamiento. Al parecer, ha triunfado la idea de que hay que luchar por la vida por encima de todo y a lo mejor las cosas no son así. Habría que considerar las posibilidades de éxito y las secuelas que podría dejar la intervención médica.
No se debería tener a la muerte como un mal, sino como una consecuencia lógica de la vida.
Por otro lado, hay que hablar también de la edad. Hay quien vive cien años y sigue siendo un crío, porque no se ha enterado de nada, y hay irresponsables que han llegado a presidentes de gobierno y hay menores de diez años que se han visto obligados a sostener a su familia y lo han hecho y nunca han salido de pobres.
A Hannah Jones hay que atribuirle suficiente madurez para tomar esa decisión. Quizá, si le pudieran garantizar algo apetecible cambiaría de opinión.
Quizá ella esté pensando que hubiera preferido no luchar contra la leucemia y vivir plenamente durante el tiempo que hubiera podido. Quizá alguien pueda pensar que los ocho años que lleva tratando de vencer a la leucemia son años arrancados a la muerte. Desde el punto de vista de la niña, la cuestión puede ser otra, puede pensar que todo ese tiempo ha sido de sufrimiento y no de vida. Si antes de comenzar el proceso, se le hubiera informado de todo lo que podía ocurrir y ella hubiera sido capaz de entenderlo, podría haber optado por vivir seis meses, o el tiempo que fuera, disfrutando del cariño de sus familiares. Sometida a la tortura médica, la enfermedad debe de haber ocupado gran parte de sus pensamientos, quedando menos para la familia.
Ahora toca un transplante y las posibilidades que considera la pequeña no son muy halagüeñas. La primera posibilidad consiste en morir en el propio quirófano, dada su extrema debilidad; si sobrevive, pasará a vivir en la UVI, en la que también puede acabar muriendo; si no sucede esto, pasará a la habitación del hospital, también con remotas posibilidades de sobrevivir; y las posibilidades de que finalmente logre ir a casa son remotas.
No se trata, entonces, de un caso de eutanasia, aunque visto groseramente pueda considerarse así. Quizá habría que considerar si fue ético comenzar el tratamiento. Al parecer, ha triunfado la idea de que hay que luchar por la vida por encima de todo y a lo mejor las cosas no son así. Habría que considerar las posibilidades de éxito y las secuelas que podría dejar la intervención médica.
No se debería tener a la muerte como un mal, sino como una consecuencia lógica de la vida.
Por otro lado, hay que hablar también de la edad. Hay quien vive cien años y sigue siendo un crío, porque no se ha enterado de nada, y hay irresponsables que han llegado a presidentes de gobierno y hay menores de diez años que se han visto obligados a sostener a su familia y lo han hecho y nunca han salido de pobres.
A Hannah Jones hay que atribuirle suficiente madurez para tomar esa decisión. Quizá, si le pudieran garantizar algo apetecible cambiaría de opinión.
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