Hace algunas semanas cité a Francisco Hernando, El Pocero, porque llenó un hueco que la Administración -esa que costeamos entre todos, y que sí que da para lujos de los políticos-, se negaba a cubrir. Y la mención al gesto de El Pocero ha propiciado una serie de comentarios, que no cesa, en los que quienes los lanzan se arman de valor y cuentan sus casos personales, verdaderamente desgarradores y merecedores de mejor suerte que el olvido en que inexorablemente caerán. También me escriben, de modo absolutamente correcto y educado, pidiéndome la dirección del Sr. Hernando que, por cierto, desconozco. Tampoco creo que este señor pueda hacer tantos milagros, ni que tenga obligación de hacerlos.
Pero semejantes penurias de personas que no cabe duda de que merecen mejor suerte lleva a pensar, o al menos debería hacerlo, en los despilfarros de la clase política. ¿Es necesario para el buen gobierno del país que los políticos gocen de tantísimos asesores, tantísimos coches oficiales, tantísimas dietas, etc.? ¿Es necesario para el buen gobierno del país que las CCAA tengan embajadas en el extranjero, o que existan organismos como la Academia Valenciana de la Lengua, el Consejo Valenciano de Cultura, el Omnium Cultural, y similares? Yo preferiría que todo ese dinero que se derrocha fuera a parar a quienes necesitan acogerse a la Ley de Dependencia, o a todos esos que sin tener ninguna culpa se han visto arrollados por la crisis.
Hasta hace muy poco, el dinero fluía abundante y hasta los más modestos se permitían tener sueños. De pronto desapareció el dinero y para muchos se ha acabado la vida, porque lo que vivan a partir de ahora ya no podrá llamarse de este modo. ¿Dónde está el dinero? Resulta que lo que fluía era dinero ficticio. Hay una gran diferencia entre los depósitos y los créditos de las entidades financieras españolas. Pero todo no ha quedado ahí, Zapatero ha duplicado la deuda externa que dejó Aznar.
Y estas realidades no han merecido ni una sola disculpa, ninguna dimisión, ningún recorte significativo de gasto público. Los políticos tratan de desviar la atención, señalando hacia supuestos culpables. Pagarán la crisis los desafortunados, ésos a los que no hay quien atienda.
Pero semejantes penurias de personas que no cabe duda de que merecen mejor suerte lleva a pensar, o al menos debería hacerlo, en los despilfarros de la clase política. ¿Es necesario para el buen gobierno del país que los políticos gocen de tantísimos asesores, tantísimos coches oficiales, tantísimas dietas, etc.? ¿Es necesario para el buen gobierno del país que las CCAA tengan embajadas en el extranjero, o que existan organismos como la Academia Valenciana de la Lengua, el Consejo Valenciano de Cultura, el Omnium Cultural, y similares? Yo preferiría que todo ese dinero que se derrocha fuera a parar a quienes necesitan acogerse a la Ley de Dependencia, o a todos esos que sin tener ninguna culpa se han visto arrollados por la crisis.
Hasta hace muy poco, el dinero fluía abundante y hasta los más modestos se permitían tener sueños. De pronto desapareció el dinero y para muchos se ha acabado la vida, porque lo que vivan a partir de ahora ya no podrá llamarse de este modo. ¿Dónde está el dinero? Resulta que lo que fluía era dinero ficticio. Hay una gran diferencia entre los depósitos y los créditos de las entidades financieras españolas. Pero todo no ha quedado ahí, Zapatero ha duplicado la deuda externa que dejó Aznar.
Y estas realidades no han merecido ni una sola disculpa, ninguna dimisión, ningún recorte significativo de gasto público. Los políticos tratan de desviar la atención, señalando hacia supuestos culpables. Pagarán la crisis los desafortunados, ésos a los que no hay quien atienda.
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