Habría que preguntarse cuáles son los motivos por los que hay gente que gusta de arriesgar su vida gratuitamente. Atendiendo a su comportamiento habitual, se puede deducir que la actitud de los políticos ante este hecho no puede ser otra que la de sacarle partido electoral. Lejos de su ánimo, por tanto, promover una reflexión sobre el asunto, no vaya a ser que el personal se acostumbre a reflexionar y ya no comulgue con ruedas de molino, ni acepte consignas o eslóganes.
Lo que suelen contestar quienes se dedican a esas prácticas es que con ellas se descarga mucha adrenalina. Esto lleva a pensar en la vida diaria. Abundan quienes están tan llenos de ambición como faltos de criterio. Esto último hace que no acepten con ellos a quien lo tiene o sospechan que lo tiene. Los que alcanzan algún grado de poder exigen fidelidad plena. A la persona, no a las ideas. Si quien manda hace una barbaridad, sus subordinados han de cerrar filas con él. No hay que fijarse en los políticos. ¡Otra vez los políticos! No es que los políticos tengan la culpa de todo, sino que están en muchas de las cosas en las que hay culpa.
En este estado de cosas, la gente se ve impelida a ponerse un disfraz, o a diluirse en una identidad colectiva renunciando a la suya propia (¡nuevamente los políticos!), o a disimular sentimientos o actitudes ajenos a su persona. Quizá quien piensa que cobardemente se deja aplastar por la vida, necesite sentirse valiente. Pero los toros no tienen ninguna culpa. Acaso haya quien piense que se ha dejado su personalidad por algún lado y ya no recuerda dónde, desee sentir el latido apresurado de su corazón para saberse vivo. Pero los políticos deberían hacer saber, al menos, que arriesgar la vida gratuitamente no es un acto de valor.
Lo que suelen contestar quienes se dedican a esas prácticas es que con ellas se descarga mucha adrenalina. Esto lleva a pensar en la vida diaria. Abundan quienes están tan llenos de ambición como faltos de criterio. Esto último hace que no acepten con ellos a quien lo tiene o sospechan que lo tiene. Los que alcanzan algún grado de poder exigen fidelidad plena. A la persona, no a las ideas. Si quien manda hace una barbaridad, sus subordinados han de cerrar filas con él. No hay que fijarse en los políticos. ¡Otra vez los políticos! No es que los políticos tengan la culpa de todo, sino que están en muchas de las cosas en las que hay culpa.
En este estado de cosas, la gente se ve impelida a ponerse un disfraz, o a diluirse en una identidad colectiva renunciando a la suya propia (¡nuevamente los políticos!), o a disimular sentimientos o actitudes ajenos a su persona. Quizá quien piensa que cobardemente se deja aplastar por la vida, necesite sentirse valiente. Pero los toros no tienen ninguna culpa. Acaso haya quien piense que se ha dejado su personalidad por algún lado y ya no recuerda dónde, desee sentir el latido apresurado de su corazón para saberse vivo. Pero los políticos deberían hacer saber, al menos, que arriesgar la vida gratuitamente no es un acto de valor.
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