En el día de hoy, El Correo publica tres cartas de tres ciudadanos vascos, Fernando Cuesta Garrido, José Rivas Amorrortu y Ángel Santamaría Castro, en las que sin ambages ni medias tintas critican todo lo que tiene que ver con ETA. Si se tiene en cuenta el artículo de Iñaki Arteta, titulado ‘El miedo, bajo la cama’, que también hoy ha publicado el diario El Mundo, se puede valorar la importancia de cartas como las citadas.
Son ciudadanos que no se dejan amedrentar por discursos tronantes, ni tampoco envolver por argumentaciones circulares basadas en medias verdades, mentiras absolutas, tergiversaciones históricas, ni tampoco comulgan con ideologías que sirven de pretexto a los asesinos.
Pero aparte de esas cartas, que dado su lugar de procedencia cabe entender como actos de valor, al constituir un claro desafío a la bestia que emponzoña a toda la sociedad vasca, cabe fijarse sobre todo en los ignominiosos homenajes a los etarras; en todos los cartelones con los rostros de los presos, que lo son por asesinos; en las humillaciones que han de padecer las víctimas de los terroristas, algunos de los cuales se han visto obligados a abandonar el País Vasco y otras han de ver las caras de los asesinos a diario.
O sea, que hay un número de vascos a los que hay que catalogar como heroicos y hay otro número de ellos suficientemente elevado como para permitir que todos estos actos indignos tengan lugar, vascos con más miedo que vergüenza. Una aspiración que para llevarse a cabo precisa de tergiversaciones, de mentiras, de promover el odio, de separar entre nosotros y ellos, de asesinar al fin, es una aspiración maldita.
Para que las cosas hayan llegado a estos extremos en el País Vasco ha tenido que haber mucha dejadez por parte de las autoridades locales y también mucho miedo por parte de las nacionales. Las medidas que se adoptan ahora, que parecen enérgicas y en realidad son tímidas debieron regir desde el primer día.
Son ciudadanos que no se dejan amedrentar por discursos tronantes, ni tampoco envolver por argumentaciones circulares basadas en medias verdades, mentiras absolutas, tergiversaciones históricas, ni tampoco comulgan con ideologías que sirven de pretexto a los asesinos.
Pero aparte de esas cartas, que dado su lugar de procedencia cabe entender como actos de valor, al constituir un claro desafío a la bestia que emponzoña a toda la sociedad vasca, cabe fijarse sobre todo en los ignominiosos homenajes a los etarras; en todos los cartelones con los rostros de los presos, que lo son por asesinos; en las humillaciones que han de padecer las víctimas de los terroristas, algunos de los cuales se han visto obligados a abandonar el País Vasco y otras han de ver las caras de los asesinos a diario.
O sea, que hay un número de vascos a los que hay que catalogar como heroicos y hay otro número de ellos suficientemente elevado como para permitir que todos estos actos indignos tengan lugar, vascos con más miedo que vergüenza. Una aspiración que para llevarse a cabo precisa de tergiversaciones, de mentiras, de promover el odio, de separar entre nosotros y ellos, de asesinar al fin, es una aspiración maldita.
Para que las cosas hayan llegado a estos extremos en el País Vasco ha tenido que haber mucha dejadez por parte de las autoridades locales y también mucho miedo por parte de las nacionales. Las medidas que se adoptan ahora, que parecen enérgicas y en realidad son tímidas debieron regir desde el primer día.
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