En un corto periodo de tiempo han tenido lugar dos violaciones a dos niñas. Lo raro, examinada la cuestión fríamente, como pide Leire Pajín, es que no haya sucedido más veces, habida cuenta del ambiente que se respira en la actualidad, en que no se precisan mayores méritos o aptitudes para alcanzar grandes cargos, como ocurre en el caso de la antedicha.
Hoy en día son pocos los que se proponen emular a Santiago Ramón y Cajal. La democracia, por lo que se ve, ha llegado a España en el peor momento. Vivimos tiempos en los que triunfan la banalidad, el hedonismo y el afán por la satisfacción inmediata de los deseos. El fenómeno ocurre en todas partes, pero en España ha venido a juntarse con la llegada de la democracia, de modo que cualquiera piensa que la democracia es tener derecho a salir en la televisión. Y a cosas similares. Al parecer, no se piensa en que la democracia llena de deberes, sino que multiplica los derechos.
El gobierno, teóricamente, puede hacer poco para cambiar este estado de cosas. Pero ocurre que con su actitud incita a que sean así. Ese empeño en mantener el poder por encima de todo. Esos cambios constantes de actitud, motivados por las encuestas. Esos nombramientos ministeriales tan incomprensibles. Los gobiernos autónomos son más o menos igual. Gastan fortunas que no tenemos en sus televisiones, para una finalidad concreta, y luego resulta que esas televisiones se llenan todas de programas banales, con el fin de captar la audiencia. Si la televisiones públicas han de recurrir a la banalidad, se cierran y se invierte el dinero que cuestan en educación y con ello ganamos todos. Alguna culpa tendrán las televisiones de que la sociedad sea tan banal. Alguna culpa tendrán las ministras y los ministros, las consejeras autonómicas y los consejeros autonómicos, de que nuestros niños, tras verlos, se crean con derecho a todo.
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