El Informe Raxen 2009, elaborado por el Movimiento contra la Intolerancia, pone de manifiesto que nuestra sociedad cada día es más intolerante. Uno de los deprimentes datos que da es que el 14% de los jóvenes estaría dispuesto a votar a un partido racista. En esta predisposición se resume el fracaso de la sociedad española.
Es un fracaso de todos, puesto que tras haber estado deseando la democracia durante tanto tiempo, ahora que la tenemos entre manos no sabemos qué hacer con ella. En lugar de profundizar en su conocimiento, para sacarle todo el partido posible, siendo los dueños de nuestro destino colectivo, nos conformamos con votar cuando toca, o abstenernos, dejándonos enredar por los políticos, y siguiéndoles el juego en lo que a profundizar en el sectarismo se refiere y en las demás cuestiones que principalmente les interesan a ellos.
Con la intolerancia puede ocurrir como con la crisis. Eran innumerables las señales que alertaban de lo que iba a ocurrir, además del sentido común, pero no había nadie que se atreviera a decir que la fiesta estaba yendo demasiado lejos. En este caso, si en una democracia incipiente como la nuestra el racismo y la intolerancia crecen, y además entre los jóvenes, es porque éstos no tienen buenos modelos a los que imitar. Habría que estudiar, y además de modo urgente, qué es lo que se les enseña en las escuelas y de qué modo lo que se les enseña puede inclinar a pensar de ese modo.
En lo que respecta a los políticos, hay que reconocer que no dan buen ejemplo democrático, ya que todos sin excepción adoptan la posición de firmes al menor gesto del líder de su partido, independientemente de cuál sea la opinión de los votantes. Esto no es exactamente democracia. Hemos de conquistarla antes de que sea tarde.
Es un fracaso de todos, puesto que tras haber estado deseando la democracia durante tanto tiempo, ahora que la tenemos entre manos no sabemos qué hacer con ella. En lugar de profundizar en su conocimiento, para sacarle todo el partido posible, siendo los dueños de nuestro destino colectivo, nos conformamos con votar cuando toca, o abstenernos, dejándonos enredar por los políticos, y siguiéndoles el juego en lo que a profundizar en el sectarismo se refiere y en las demás cuestiones que principalmente les interesan a ellos.
Con la intolerancia puede ocurrir como con la crisis. Eran innumerables las señales que alertaban de lo que iba a ocurrir, además del sentido común, pero no había nadie que se atreviera a decir que la fiesta estaba yendo demasiado lejos. En este caso, si en una democracia incipiente como la nuestra el racismo y la intolerancia crecen, y además entre los jóvenes, es porque éstos no tienen buenos modelos a los que imitar. Habría que estudiar, y además de modo urgente, qué es lo que se les enseña en las escuelas y de qué modo lo que se les enseña puede inclinar a pensar de ese modo.
En lo que respecta a los políticos, hay que reconocer que no dan buen ejemplo democrático, ya que todos sin excepción adoptan la posición de firmes al menor gesto del líder de su partido, independientemente de cuál sea la opinión de los votantes. Esto no es exactamente democracia. Hemos de conquistarla antes de que sea tarde.
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