El Tribunal Constitucional perdió todo su prestigio, y al parecer para siempre, a raíz de aquella desafortunada decisión sobre el caso Rumasa. El que en ese momento era presidente del tribunal, dimitió avergonzado y regresó a Caracas. Pero ya su nombre ha quedado ligado para siempre a este asunto. Son muchos los cadáveres, metafóricamente hablando, que deja Felipe González a su paso. Y aún tiene la desfachatez de postularse como gran estadista.
Quienes, como Adolfo Suárez, son capaces de asumir riesgos y hacer sacrificios por el bien común, suelen ser defenestrados o traicionados por aquellos que se lo deben todo. Mientras que los egoístas, como Felipe González, saben asegurarse de que se les van a devolver los favores. Si la Justicia fuera independiente no hubiéramos a los extremos en los que nos encontramos. Probablemente, sabríamos quien es Mister X. Ni se hubiera expropiado Rumasa de aquella manera.
Ahora está pendiente la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Pero sea cual sea la decisión que se adopte, será protestada vehementemente. Darla a conocer será algo así como un suicidio. Será la constatación pública de que ese Tribunal no tiene ningún crédito ni merece respeto a nadie. Si se hiciera una encuesta anónima entre los propios jueces españoles, no sería extraño que resultara que ni entre ellos tiene crédito.
Tampoco el ministro de Justicia respeta al Tribunal Constitucional. Ha hecho unas declaraciones, apremiándolo, que no son otra cosa que un guiño a los catalanes. Es como darle una patada al culo a alguien, porque sabe que ello va a gustar a quienes lo están mirando. Pero se entiende perfectamente que al ministro le interesan menos los catalanes que su voto.
Ha llegado la hora, aunque los políticos no lo quieran ver, de parar la máquina y rediseñar por completo la democracia. Para que lo sea de verdad.
Quienes, como Adolfo Suárez, son capaces de asumir riesgos y hacer sacrificios por el bien común, suelen ser defenestrados o traicionados por aquellos que se lo deben todo. Mientras que los egoístas, como Felipe González, saben asegurarse de que se les van a devolver los favores. Si la Justicia fuera independiente no hubiéramos a los extremos en los que nos encontramos. Probablemente, sabríamos quien es Mister X. Ni se hubiera expropiado Rumasa de aquella manera.
Ahora está pendiente la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Pero sea cual sea la decisión que se adopte, será protestada vehementemente. Darla a conocer será algo así como un suicidio. Será la constatación pública de que ese Tribunal no tiene ningún crédito ni merece respeto a nadie. Si se hiciera una encuesta anónima entre los propios jueces españoles, no sería extraño que resultara que ni entre ellos tiene crédito.
Tampoco el ministro de Justicia respeta al Tribunal Constitucional. Ha hecho unas declaraciones, apremiándolo, que no son otra cosa que un guiño a los catalanes. Es como darle una patada al culo a alguien, porque sabe que ello va a gustar a quienes lo están mirando. Pero se entiende perfectamente que al ministro le interesan menos los catalanes que su voto.
Ha llegado la hora, aunque los políticos no lo quieran ver, de parar la máquina y rediseñar por completo la democracia. Para que lo sea de verdad.
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