El periodista Bru Rovira ha dejado La Vanguardia, según explica él mismo, porque no le gusta la situación que atraviesa la prensa. Pero la cosa tiene muy mal arreglo. Hoy, cada periódico se mueve dentro de su parcela ideológica. Todos tienen poco margen de maniobra porque dependen en grado sumo de las subvenciones. A la vista de sus contenidos se puede pensar de algunos que dependen exclusivamente de las subvenciones. No es raro que algún dirigente político telefonee al director de un periódico para quejarse por algún artículo aparecido en el medio.
Dado este estado de cosas podría pensarse que el medio que apueste por la libertad y se lance a informar sin más pretensión que esa tendría el campo abonado para ganarse la audiencia de inmediato. Pero las cosas no son así y la prueba es que no lo hace nadie. O casi nadie. En España no hay hábitos democráticos y entre eso y los años de euforia que hemos vivido nos hemos deslizado de la ilusión por la democracia al sectarismo más descarado. La euforia, que lleva al relajamiento y de ahí a la búsqueda de lo fácil, propiciando que de la preocupación por las personas se pase a la preocupación por lo que piensan las personas. Es mucho más descansado juzgar a alguien según la ideología a la está adscrito, que tener que estar pendiente de sus actos.
Los lectores de periódicos españoles lo que buscan es reafirmar las ideas que ya tienen a priori y de ahí resulta que quienes no se sonrojan por darles a sus lectores exactamente lo que quieren logran gran audiencia. Y ese es el juego en que no quiere entrar Bru Rovira. Lo cierto es que las ideas no definen a nadie, porque todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Lo que importa es la intención con la que se hacen las cosas. Hay gente bienintencionada en la derecha y en la izquierda.
Dado este estado de cosas podría pensarse que el medio que apueste por la libertad y se lance a informar sin más pretensión que esa tendría el campo abonado para ganarse la audiencia de inmediato. Pero las cosas no son así y la prueba es que no lo hace nadie. O casi nadie. En España no hay hábitos democráticos y entre eso y los años de euforia que hemos vivido nos hemos deslizado de la ilusión por la democracia al sectarismo más descarado. La euforia, que lleva al relajamiento y de ahí a la búsqueda de lo fácil, propiciando que de la preocupación por las personas se pase a la preocupación por lo que piensan las personas. Es mucho más descansado juzgar a alguien según la ideología a la está adscrito, que tener que estar pendiente de sus actos.
Los lectores de periódicos españoles lo que buscan es reafirmar las ideas que ya tienen a priori y de ahí resulta que quienes no se sonrojan por darles a sus lectores exactamente lo que quieren logran gran audiencia. Y ese es el juego en que no quiere entrar Bru Rovira. Lo cierto es que las ideas no definen a nadie, porque todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Lo que importa es la intención con la que se hacen las cosas. Hay gente bienintencionada en la derecha y en la izquierda.
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