Explica Jordi Pujol, en un artículo publicado en La Vanguardia, que el Centre d’Estudis Jordi Pujol se dedica a estudiar la Ideas, los Valores y las Actitudes, o sea, el IVA. Habla de la disposición habitual del ánimo para realizar algo positivo. Del hábito del esfuerzo, de la justicia, del respeto, o del trabajo bien hecho. También se refiere al hábito del afecto a la familia, al país, al prójimo, y de la solidaridad. Y no se olvida de la empatía, ni del hacer respetar la propia dignidad.
Todo lo anterior estaría muy bien si Pujol se refiriera a las personas en su condición de tales, pero el artículo induce a pensar que los destinatarios de su estudio no le interesan por sí mismos, sino por su condición de catalanes. Tampoco conviene pasar por alto las siglas que ha ido a escoger, en cuya elección probablemente ha tenido una importancia decisiva su calculador subconsciente, junto con su pasado banquero. Unas siglas que remiten de forma inexorable a las finanzas no son las mejores para referirse a algo que tiene que ver con el cultivo del espíritu.
Lo suyo, pues, se trata de cubrir con una capa de honorabilidad lo que no es otra cosa que la conducción de un rebaño hacia un punto determinado. Durante los muchos años que Pujol ha sido presidente de Cataluña (y merced a nuestra imprudente Constitución, que regala un poder excesivo a los partidos nacionalistas), ha sentado las bases para la destrucción de lo que llama su país, que sin duda pretende rematar Montilla, con la inestimable ayuda de Zapatero, ante la inoperante mirada de Rajoy, empeñado en convencernos de que la capucha de Caperucita era roja.
Jordi Pujol habla de valores, pero lo que le interesa son los objetivos, y no unos objetivos cualquiera, sino los que ha diseñado él para Cataluña. De momento, la mayor parte de los ayuntamientos catalanes está cerca de la quiebra. La culpa, como siempre, la tiene el demonio.
Todo lo anterior estaría muy bien si Pujol se refiriera a las personas en su condición de tales, pero el artículo induce a pensar que los destinatarios de su estudio no le interesan por sí mismos, sino por su condición de catalanes. Tampoco conviene pasar por alto las siglas que ha ido a escoger, en cuya elección probablemente ha tenido una importancia decisiva su calculador subconsciente, junto con su pasado banquero. Unas siglas que remiten de forma inexorable a las finanzas no son las mejores para referirse a algo que tiene que ver con el cultivo del espíritu.
Lo suyo, pues, se trata de cubrir con una capa de honorabilidad lo que no es otra cosa que la conducción de un rebaño hacia un punto determinado. Durante los muchos años que Pujol ha sido presidente de Cataluña (y merced a nuestra imprudente Constitución, que regala un poder excesivo a los partidos nacionalistas), ha sentado las bases para la destrucción de lo que llama su país, que sin duda pretende rematar Montilla, con la inestimable ayuda de Zapatero, ante la inoperante mirada de Rajoy, empeñado en convencernos de que la capucha de Caperucita era roja.
Jordi Pujol habla de valores, pero lo que le interesa son los objetivos, y no unos objetivos cualquiera, sino los que ha diseñado él para Cataluña. De momento, la mayor parte de los ayuntamientos catalanes está cerca de la quiebra. La culpa, como siempre, la tiene el demonio.
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