domingo, 30 de agosto de 2009

Si hubiese echado a Camps ¿Qué habría ocurrido?

Esa es la pregunta que se hace Rajoy públicamente. La respuesta, aunque él ya debería saberla, es esta: No hubiera ocurrido nada. Habría otro presidente y presumiblemente otros consejeros. Las instituciones seguirían funcionando porque nadie es imprescindible. Es más, si Camps, previendo que lo iban a absolver, hubiera dimitido, el gesto hubiera reforzado la imagen suya y la del PP y no planearía la sombra del caso Gürtel sobre la reciente remodelación del Consell.
Pero tampoco tiene motivos para gallear tanto Rajoy. En su partido hay quien se ha visto obligado a dimitir por el caso Gürtel, sin estar en el sumario ni pender ninguna amenaza legal sobre su cabeza. De modo que Rajoy sí que ha obligado a algún inocente a dimitir o ha consentido que lo obliguen. La política entendida como un modo de vida lleva a estos desajustes.
Los ciudadanos tienen problemas demasiado grandes como para estar pendientes del Gürtel. La política ya no es sólo un modo de vida para algunos, sino también un espectáculo. Se pretende distraer la atención de los parados, o de los que temen quedarse parados, con el caso Gürtel, con las escuchas telefónicas o con la culpa de los banqueros. Se diría que ya no es necesario el fútbol. Los políticos se han convertido en estrellas mediáticas y sufren persecuciones y calvarios. Pero cada día hay más.
Camps ahora podría sacar pecho, después de haber abandonado la política y presumir de haberse sabido sacrificar para que su caso no distrajese la atención pública ni mermase la capacidad de respuesta de su partido. Y al igual que Camps, otros debieron haber hecho lo mismo. España tiene problemas muy graves y el gobierno actual no hace más que empeorarlos día a día. La oposición se entretiene mirándose el ombligo.

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