No acaban de entender estos políticos nuestros el lugar en el que están ni sus claves. Sucedió hace poco con Camps. Creyó que podría resistir el goteo malayo de El País sobre el Gürtel, sin contar con que El Mundo, sin llegar a ese acoso diario, tampoco dejaba el caso de lado.
Si Francisco Camps hubiera sido un buen estratega hubiera dimitido nada salir a la luz el caso. Hubiera quedado como un señor, y si además hubiera pagado inmediatamente los trajes, puesto que no encuentra las facturas, es posible que hubiera parado todo el proceso contra él. Pero se empeñó en continuar, perjudicando con ello a todos. Al final, ha tenido que dimitir de todos modos, y ahora ya le critican hasta en donde no se hubieran atrevido a hacerlo nunca.
Es el mismo caso de Pepiño. Lo raro, dado el personaje, es que no haya saltado antes algo similar. Pero se ha producido el caso y una vez atrapado en la rueda ya no tiene salida. Es un hombre honesto, ha dicho de él el del Faisán, perdón, el señor del Faisán, y lo cierto es que lo que está en cuestión no es su honestidad, sino más bien su honradez.
Pero, por muy honrado que sea, su situación política es muy preocupante. Por mucho que lo quiera defender El País (quién te ha visto y quién te ve). Son tantas las chorradas que ha dicho y tantas las veces en que le ha metido el dedo en el ojo a alguien que, pillado en la gasolinera, ya no tiene escapatoria.
Por otro lado, Pepiño puede ser muy honrado y muy honesto, pero como político es nefasto. Y ese sambenito sí que no se lo quita nadie, puesto que se lo ha ganado a pulso. Debe irse preparando para disfrutar, porque éstos la jubilación se la montan.
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