Es
una buena noticia, después de todo, que el Nobel de la Paz se le
haya concedido a la UE, que anda necesitada de estímulos
últimamente, pero que constituye la última esperanza para
salvaguardar el Estado del Bienestar, amenazado por el
recrudecimiento de los nacionalismos, siempre egoístas, porque no
pueden ser de otro modo.
Noruega
no forma parte de la UE , cosa que puede parecer anecdótica. Hay que
tener en cuenta que la UE es más un proyecto y una necesidad que una
realidad palpable. Ya se ha visto que en cuanto las cosas se han
torcido un poco han aflorado los nacionalismos de los países
miembros. Puede afirmarse, casi con toda seguridad, que en cuanto la
UE camine por senderos seguros y fiables Noruega, junto con otras
naciones, solicitará formar parte de ella.
El
caso de España no es igual que el de Noruega. Debido al aislamiento
en el que hasta el momento nos encontrábamos, entrar en la UE
suponía el reingreso, con todos los honores, en la comunidad
internacional. La lástima fue que no negociara nuestra entrada
Adolfo Suárez, sino que lo hiciera Felipe González, menos enterizo
y lastrado por los favores que les debía a los socialdemócratas
alemanes.
Por
el momento, la UE es una amalgama de naciones, en la que cada una de
ellas trata de defender sus ventajas y privilegios, y a las que les
ha pillado la crisis en mejor situación que las demás tienen la
responsabilidad de solucionar el problema; sin embargo, las
estructuras internas de la propia UE y de las naciones que la
componen, suponen un lastre muy pesado.
Si
se pudiera gobernar para toda la UE, en lugar de que cada país tenga
su propia política, todo sería más fácil. Pero ya se ve que los
nacionalismos son los palos en las ruedas de la historia.
Este
premio Nobel debería servir para que nos demos cuenta de que nos
jugamos el Estado del Bienestar y que para salvarlo es imprescindible
la UE.
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