En
la Comunidad Valenciana se van a cerrar alrededor del sesenta por
ciento de las empresas públicas. Es decir, que no son necesarias. El
mundo puede seguir girando sin ellas. ¿Qué pasa con el dinero que
han gastado hasta el momento? Pues nada, ya está gastado. ¿De quién
era ese dinero? De los contribuyentes, ¿de quién iba a ser? Y a los
que crearon esas empresas se les ponen medallas, o en su defecto,
coche, chófer y secretaria.
Cuando
se dice que esto es una merienda de negros no hay que entender que
quienes se comen la merienda son estrictamente negros. Pueden ser
pelirrojos, blancos, morados o castaños. Quizá amarillos, y que no
se me molesten los chinos que andan por estos lares. Ni los
japoneses, estos sólo de paso, tampoco.
Entre
los recortes está el de la Academia Valenciana de la Lengua. En este
caso, el recorte es del quince por ciento, cuyo resultado da
seiscientos mil euros. Fácil es deducir cuánto se lleva la AVL. Y
las farmacias sin cobrar; y si las farmacias no cobran tampoco pueden
reponer los medicamentos que se llevan los clientes. Hay que recordar
que la AVL fue una exigencia de Jordi Pujol a José María Aznar, que
necesitaba sus votos. Bastó que el tal Aznar enarcara una ceja (la
suya, no la de Zp) para que Zaplana y González Pons se apresuraran a
cumplir sus deseos. Podemos estar orgullosos de nuestros políticos:
no se chupan el dedo. Pero ahora, sin que yo sepa exactamente por
qué, todo apunta a que Aznar y Zaplana nadan en la abundancia, y
personalmente creo que González Pons también. Pujol sumió en la
ruina unos cuantos accionistas de Banca Catalana, pero creo que él
no está en la ruina. En la política, oficialmente, tampoco, por lo
que la AVL podría desaparecer por completo. Y junto con la AVL otras
tantas tonterías caras, como el CVC, el CJC, etc.
Lo
de pagar a las farmacias, dependientes, etc., es primordial.
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