martes, 6 de noviembre de 2012

De Maalouf a Mas

En la actualidad, estoy inmerso en la lectura de un libro de Amin Maalouf. Esto es, mientras leo estoy metido en un mundo racional en el que el protagonista no trata de convencer a nadie, sino que se explica. Y lo hace apelando a la razón, que es lo propio de la gente civilizada. Por cierto, una de las cosas que puntualiza el personaje es que cuando alguien nace viene al mundo, no a este país, a esta ciudad, o esta cama. Viene al mundo.
Venimos al mundo a vivir y tratan de arrebatarnos la vida, no matándonos, sino manipulando nuestras mentes, introduciéndonos objetivos que suplantan los que deberían ser los nuestros. ¿Para qué necesitamos tanta grandilocuencia si lo que necesita una persona normal es poderse dedicar a los suyos?
Cuando uno cierra el libro y aterriza en lo cotidiano puede tener la sensación de haber salido del mundo real y haber entrado en el de la fantasía, sobre todo si le toca enfrentarse con lo visceral, con lo irracional, con los eufemismos, o con algo tan improbable como es el “derecho a decidir”.
Arturo Mas sabe que si emplea eufemismos, como soberanismo y otros obtiene más votos que si emplea el término correcto, bien sea independentismo o secesionismo. Arturo Mas odia tanto a España que con tal de sacarle un ojo no le importa que Cataluña pierda los dos. Uno de sus profetas es Juliana, del muy subvencionado periódico La Vanguardia. Un periódico subvencionado, sea cual sea, no debería llamarse periódico.
Trata a los catalanes como si fueran niños, puesto que se inventa un derecho, el de decidir, y cuando a un niño le dicen que le han quitado un derecho se pone histérico. Los derechos reales, y de esos no habla, son los de cobrar todos los meses el sueldo entero, de recibir asistencia sanitaria en el momento que se necesite y no ver en peligro la jubilación. Mas fomenta la frustración de los catalanes, apoyado en su escudero Duran. ¡Qué mal está todo para los pobres!

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