Los
suicidios habidos últimamente han puesto de manifiesto un drama
hondo para mucha gente y cuya gestación no sólo incumbe a los
desahuciados, puesto que ya se ha visto que no fueron los únicos
irresponsables, en los casos en los que se dé esta condición.
Al
contrario de lo que ocurre en Estados Unidos y otros países, el
sistema bancario español está fuertemente regulado. Y además está
sometido al control del Banco de España. Pero en la práctica se ha
visto que todo esto no sirve para nada. O sea, para nada bueno. En
Estados Unidos se ha podido dejar caer a los bancos que estaban
quebrados. En España no se puede. Entre otras cosas porque los
ahorradores que han invertido en las acciones de los bancos confiaban
en esa regulación y en esa vigilancia del Banco de España.
Por
otro lado, España se ha convertido en un país pequeño para algunos
de sus bancos, puesto que con las fusiones han alcanzado tal tamaño
que quizá el poder de sus dirigentes sea mayor que el de los
ministros. De hecho, cabe adivinar que muchos ministros sueñan con
sentarse en el consejo de administración de un banco. Acaso esto
explique la vigilancia a la labor de los bancos haya sido tan tenue.
La
lógica dice que si los bancos españoles necesitan de la ayuda de
los contribuyentes para sobrevivir, algunos deberían haber ido a la
cárcel, porque más de un fallo ha debido de haber en el sistema. Si
hubiera funcionado bien no se hubieran dado tantos créditos
hipotecarios y consecuentemente no hubiera habido burbuja.
Resolver
de un plumazo lo que se ha venido haciendo mal a lo largo de los años
anteriores es harto difícil y probablemente las medidas que se tomen
al respecto repercutirán en las espaldas de los de siempre. El mejor
modo de frenar los desahucios consiste en crear puestos de trabajo, y
para esto hace falta dinero, el que se escapa a los paraísos
fiscales. Pero los políticos pueden eliminar todos los gastos
inútiles, para que ese dinero que se gasta sea útil a la sociedad.
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