Tuve
un sueño en el que me encontraba en medio de una piara y los cerdos
ponían todo su empeño en conseguir que me convirtiera en uno de
ellos.
Paradójicamente,
esto me llenaba de alegría puesto que venía a demostrar que yo no
lo era, o que no lo era todavía, aunque también, y esto era peor,
que sí que lo fuera, pero que ellos no se hubieran dado cuenta.
Esto
de que quisieran convertirme en cerdo me llenó de inquietud. Por
otro lado, la pregunta que quedaba en el aire era: ¿Sería dolorosa
la transformación de persona en cerdo?
Me
voy a mirar por ahí. Esto es lo que leo: “Cada
vez es más común tener un cerdo como animal de compañía, tanto en
sus variedades enanas como domésticas.” Recuerdo que una vez vi
por la calle, en Valencia, a un joven que llevaba a un cerdo como si
llevara a un perro. Bueno, como a un perro no; mucho mejor que a un
perro. Lo trataba con suma delicadeza. Esto ya me empieza a gustar.
Tanto que me voy a la cocina y me preparo unos tacos de jamón. Luego
compruebo que esa tripa tan peculiar que no consigo hacer que
disminuya ha aumentado, y eso me gusta menos. Y enseguida recuerdo
que me contaron que un conocido eurodiputado se comportó como un
cerdo con una señora. Se me olvidó preguntar si ella también era
una cerda. A veces pasa, pero eso ya no lo sabré nunca.
Y
también ocurre que no sólo yo sueño con cerdos, o con que me
quieren convertir en cerdo. También hay cerdos que sueñan. Eso lo
tengo más que comprobado comprobado. Algunos cerdos, cuya carne no
debe de ser muy apreciada, sueñan con conseguir hoy sus objetivos.
¿Qué más nos puede pasar?
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