Andan
inquietos los banqueros últimamente porque algunos cuando van a ser
desahuciados se suicidan, y eso daña a la imagen de los bancos.
Puesto
que no pueden prohibir los suicidios (bueno, ya están prohibidos,
pero los suicidas se saltan la prohibición) le han pedido al
gobierno que tome medidas que permitan un tratamiento más flexible
de los impagos. Puede entenderse que los suicidas, con sus actos, han
hecho un favor a los demás hipotecados en apuros.
Hay
alguna foto por ahí en la que aparecen un evasor de impuestos y un
delincuente, no compungidos y modestos, sino más bien con aire
prepotente. Deberían saber ambos que cuando a un pobre lo condenan a
una pena de cárcel, indefectiblemente, va; y que lo que un rico
defrauda a Hacienda han de pagarlo los pobres.
A
los banqueros no les importan los pobres, puesto que cuando les
concedían las hipotecas, después de haberles llenado la casa de
publicidad, eran conscientes de que muchos de ellos se metían en un
berenjenal del que difícilmente iban a salir, y no les preocupaba.
Pero ocurre que también los bancos se metieron en un berenjenal y se
les ha ayudado y se les seguirá ayudando con el dinero de los
pobres. Ah, pero sus directivos siguen teniendo sueldos astronómicos.
El modo que tienen de agradecer a los pobres su ayuda también es
peculiar: Han subido considerablemente las comisiones bancarias y han
inventado otras nuevas.
Los
pobres ya saben que los bancos cuentan con ellos. Los necesitan. Si
todos los clientes de los bancos fueran ricos, los banqueros se
morirían de hambre. Los ricos no pagan comisiones, ni aceptan tipos
de interés altos para sus créditos, ni bajos para sus depósitos.
Los
pobres son los que mantienen todo el entramado de los bancos, pero es
que ahora algunos se suicidan cuando tienen dificultades, y eso puede
dañar la imagen de los benditos bancos.
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