Los
pobres están más vigilados de lo que se creen. Una de sus señorías,
no importa de qué partido, porque todas ellas conforman una casta,
ha desvelado, como si fuera Perelman explicando la Conjetura de
Poincaré, que hay pobres que se gastan el dinero de las ayudas en
comprar televisores de plasma.
Otra
señoría de la oposición se ha apresurado a protestar, pero hay
cosas en las que todas las señorías están de acuerdo. No es
necesario especificar cuales son.
En
España, el comportamiento de sus señorías es similar al de los
ricos. Miran a los ciudadanos de arriba abajo. Los acribillan con
consignas y eslóganes. No les toleran la menor crítica.
Al
pobre le piden el voto y para que lo dé utilizan el truco de la
zanahoria y el palo. Luego consienten el enorme fraude fiscal a los
ricos y ellos, las señorías más altas, al salir de la política se
colocan adecuadamente.
Un
pobre ha de gastar su dinero como está establecido. De este modo,
hay posibilidades de que envidie a los ricos, cosa que mantiene el
statu quo. Si nadie envidiara a los ricos, la riqueza tendría menos
valor. En la situación actual, un gilipollas rico es menos
gilipollas. Por lo menos, no lo es para muchos. O sea para tontos.
Un
pobre pide limosna y le dicen: no, porque se lo gasta en vino. Un
rico puede gastarse su dinero en lo que quiera. En la ruleta o en la
cirugía plástica. Una doña, que dice que mira por los pobres, se
quitó muchas arrugas.
A
un pobre no se le concede el derecho a organizar su vida, o su no
vida. Lo que pasa es que hay pobres que se rebelan y hacen lo que les
da la gana. Sus señorías, en cambio, están acostumbradas a
obedecer.
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