Todo
el mundo sabe que José Luis Rodríguez Zapatero, el anterior
presidente del gobierno, tiene muy buenas intenciones. Que con ellas
consiguiera empedrar todo un infierno de colosales proporciones
dejando el terreno abonado para que los oligarcas consigan todo lo
que soñaron no considera que forme parte de su responsabilidad.
Una
de las últimas obras benéficas que llevó a cabo el anterior
presidente del gobierno fue la de indultar a un pobre hombre,
protegido de Emilio Botín, o eso parece, a Alfredo Sáenz, altísimo
cargo en el Banco Santander. Fue tal el fervor que puso Zapatero en
esta buena acción que, según el Tribunal Supremo, se extralimitó
en sus atribuciones.
Habría
que hacer un inciso para apuntar que resulta inconcebible que un juez
trabaje con denuedo para llegar a una conclusión y dictar sentencia
acto seguido, y que después de todo esto llegue alguien del mundo de
la política y lo desbarate todo promulgando un indulto, y entonces
el juez se queda con un palmo de narices. Un político en España no
sólo puede destruir puestos de trabajo, sino que también puede
desbaratar el trabajo que han hecho otros.
Y
ahora que el Tribunal Supremo ha dicho que Zapatero se extralimitó
llega la hora del Banco de España, porque Botín mantiene en su
puesto a Sáenz. Lo cual significa que si el Banco de España atiende
a lo que demanda el Tribunal Supremo, Botín puede poner mala cara. Y
Zapatero también, y probablemente tampoco le guste a Rajoy. Mariano
Rajoy, actual presidente del gobierno, el dueño del tiempo. Si
Zapatero era el rey del buenismo, Rajoy es el amo de la parsimonia.
Uno hacía lo que le daba la gana y el otro hace lo que quiere. Pero
con ambos, los bancos ganan.
Si
se tratara de un empleado, el Banco de España no se plantearía
nada. Habría actuado ya.
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