He
visto últimamente algunos carteles en los que pone “Garzón,
vuelve”, o algo así. Quizá le resulte imposible al mediático
personaje hacerlo, ya que los designios del amor, o de algo que
parece amor, pueden impedírselo.
Hay
personas que parecen lo que no son, se construyen personajes de los
que a veces no pueden salir y en otras ocasiones además de que no
pueden salir tampoco quieren hacerlo. Garzón comenzó su andadura
hacia la fama de forma peculiar. Loyola del Palacio se perfilaba como
ganadora en las elecciones de Castilla la Mancha. Apareció Garzón
en liza y le montó un lío con el asunto del lino que al final
resultó ser un bluf, pero que sirvió para encumbrar a Bono. El
nuevo presidente de Castilla la Mancha le presentó a Baltasar Garzón
a Felipe González, que lo utilizó, prometiéndole el oro y el moro,
pero que quizá vio un rival peligroso en él y no le dio ni el uno
ni el otro.
Pero
hay más gente a la que le ha venido bien Garzón. Dicen que hace tan
mal los sumarios que los jueces a menudo, y con gran dolor de
corazón, se han visto obligados a absolver a los acusados.
La
habilidad de Garzón consiste en dejar dormir aquello que no le
interesa de momento, para sacarlo del cajón si se da el caso de que
le convenga a él. Lo suyo es crearse la imagen de justiciero,
antifascista y humanitario.
No
es el único que cultiva la imagen de antifascista. La presidenta
argentina, Cristina Fernández, por ejemplo, también lo hace.
Mientras tanto, controla con puño de hierro todo lo que ocurre en su
país. Mientras la gente se crea que una antifascista parece tener
los votos asegurados.
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