Hace
unos meses, un ciclista arrolló, matándola, a una anciana que
caminaba por la acera. De la anciana se sabe que se llamaba María
Cervera Ortiz. Del ciclista no se sabía nada, porque se dio a la
fuga. Es posible que no haya sido localizado.
Nadie
se siente responsable. El ayuntamiento permite que las bicicletas
circulen por las aceras, y a mí me extraña que no haya más
accidentes, porque van como quieren. A muchos se les nota en la cara
que van justos de tiempo y quieren que se aparte todo el mundo.
Si
un viandante no puede ir tranquilamente por la acera, charlando, o
mirando escaparates, monumentos o fachadas, la ciudad pierde sentido.
Y no puede, porque con las bicicletas por la acera, que aparecen a
toda velocidad por detrás o por delante, convierten el paseo en una
cuestión de supervivencia. Aparte de eso, el malestar que generan
las bicicletas por las aceras debe de hacer subir el colesterol , o
la tensión, o el estrés, o un montón de cosas más. Esto hará
aumentar el gasto en farmacias.
Hoy,
en Valencia, he visto a un ciclista por la calzada. Debo reconocer
que su actitud es la de un héroe. Los automovilistas que circulaban
por donde él eran burros, maleducados y malvados. El primero de los
adjetivos se lo merecen por ser incapaces de valorar su gesto y de
comprender que tiene el mismo derecho a utilizar la calzada; o más,
porque ni la desgasta, ni contamina. Se han ganado el apelativo de
maleducados, porque le pitaban, instándole a que se apartara. Y
malvados porque le adelantaban de cualquier manera, sin respetar las
distancias, poniendo con ello en riesgo su vida.
En
resumidas cuentas, el ayuntamiento de Valencia permite que los
ciclistas con menos sentido cívico, o menos valor, que el citado
anteriormente circulen como vándalos por las aceras y permite
también que a los van por donde corresponde, o sea por la calzada,
se les avasalle sin miramientos. Recaudar poniendo multas a los
coches mal aparcados es muy fácil.
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