Los
británicos tienen fama de ecuánimes y escrupulosos cuando se
refieren a cualquier asunto, y esa fama suele ser merecida. Sin
embargo, conviene tener en cuenta algunos matices. Cuando más
ecuánimes son es cuando tratan de asuntos en los que Inglaterra
tiene razón o no tiene nada que ver.
En
aquellos otros asuntos en los que el papel de Inglaterra es poco
vistoso, por decirlo de un modo amable, sacan a relucir su
nacionalismo más rastrero. Ha incurrido en él Henry Kamen, cuando
se ha referido a Gibraltar, y ahora John Carlin, que ha desbarrado
mucho escribiendo sobre las Malvinas.
Ni
España, ni Argentina pueden recuperar sus territorios ocupados, dado
que la ONU, que debería ser el lugar en el que se consiguen las
cosas con la razón y no por la fuerza, sirve para muy poco. Que se
lo digan a los saharauis. Por la fuerza es imposible que se
recuperen, y en el caso de que fuera posible no valdría la pena,
porque la vida de cualquier soldado vale más que Gibraltar o las
Malvinas.
Los
gobiernos de España o de Argentina pueden utilizar esos asuntos de
modo demagógico, cuando les convenga por algún asunto interno, pero
eso no cambia la realidad de las cosas.
Inglaterra
sí que salió por pies de Hong Kong, en donde no se le ocurrió
plantear ningún referéndum.
En
Inglaterra están un poco moscas con la elección del papa argentino.
Acaso porque piensan que si Wojtyla pudo derribar el muro de Berlín,
Bergoglio bien puede recuperar las Malvinas para sus legítimos
dueños. El primer ministro del Reino Unido ha manifestado que, con
todo respeto, está en descuerdo con el papa con respecto a las
islas. Pero el respeto no se por ninguna parte, puesto que realizó
un plebiscito entre los habitantes de las islas ocupadas y la tildó
de fumata muy clara. No se sabe si Cameron se sintió gracioso porque
había fumado algo. Por su parte, ya se ve que John Carlin es otro de
los afectados por el virus del nacionalismo, enfermedad que no tiene cura.
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