Cierto
pájaro de cuenta, que acostumbra hacer el mal para obtener
beneficios personales y lo viene haciendo impunemente, ha dicho que
para hacer más recortes habría que suprimir municipios.
Es
que esa es una de las primeras medidas que se deberían haber tomado,
lo que ocurre es que a los políticos no les interesa porque supone
la reducción del número de cargos y de asesores.
No
sólo habría que suprimir los municipios con un reducido número de
habitantes, sino que lo ideal sería que todos esos grupos de
poblaciones en los que los pueblos que los componen están pegados
unos a otros se reunieran en un sólo municipio por grupo.
Lógicamente, a los políticos de esos pueblos no les interesa. Los
hay que superan los diez mil habitantes. ¿Cómo van a renunciar los
políticos a esa bicoca? Recurrirían, si se plantease la cuestión,
a toda una serie de argumentos emotivos; es decir, utilizarían la
técnica de los nacionalistas, que consiste en dirigirse a los
sentimientos de la gente, mientras que quienes de verdad quieren el
bienestar de la gente se dirigen a la razón y al sentido común. A
menudo se comprueba que contra pulsión autodestructiva de los
pueblos no hay nada. Se nota cuando eligen líderes que no solo los
llevan a la catástrofe, sino que lo peor es que los enajenan
emocionalmente.
Lo
racional es que los pueblos que están juntos se unan en uno solo,
para así aprovechar mejor los recursos y, por otra parte, reducir
los gastos de la gestión. Las tradiciones, costumbres y demás
hechos culturales que merezcan la pena se pueden conservar
perfectamente. Y aquellas tradiciones que se oponen al progreso y la
civilización es mejor olvidarlas.
Hay
que optar siempre por la libertad y no encadenarse al pasado, ni a
ninguna otra cosa. Lo que dificulta el bienestar de la gente, o se
opone a la opción más lógica, debe ser desechado.
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