martes, 19 de marzo de 2013

La candidatura olímpica de Madrid

En tiempos del franquismo los atletas españoles no solían destacar mucho en las Olimpiadas. Cosas de la raza, se nos decía. Hubo un tiempo en que se hablaba mucho de la raza. Ahora también. Cosas de los nacionalismos, sin duda.
En las Olimpiadas de Barcelona los atletas españoles brillaron como nunca lo habían hecho. Se demostró que no era cosa de la raza, sino del dinero. Se invirtió mucho dinero y los resultados fueron muy buenos.
¡Ah, si ese dinero se hubiera invertido en investigación y desarrollo! Probablemente, los científicos españoles también hubieran logrado muchas medallas de oro, de plata y de bronce.
Si el gobierno español no se hubiera conformado con que España se convirtiera en un país de servicios, destino de los jubilados europeos, y hubiera luchado por situarse en los planos tecnológico e industrial, no cabe duda de que lo hubiera conseguido.
Ganar una medalla de oro sube la autoestima de los españoles, sí. Situar, como dicen algunos, a Barcelona o Valencia en el mapa, puede servir para que algunos políticos se sientan importantes. Pero para la gente de la calle es más importante pisar un terreno que tenga cierta firmeza, y no ese otro que induce a volar y que tiene como resultado un batacazo de los grandes.
Barcelona quiso tener una Olimpiada, y toda España se volcó, y el resultado fue muy bueno para la capital catalana, puesto que mejoró mucho urbanísticamente hablando.
Y si Barcelona tuvo su Olimpiada, ¿por qué no la ha de tener Madrid? Pues porque el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Nuevamente se trata de emplear ingentes recursos en asuntos que no tienen repercusión directa en la gente. Y, mientras tanto, los mejores profesionales emigran a otros países, a derrochar allí los conocimientos que han adquirido con los impuestos de los españoles.
No hay nada que hacer. Primero el deporte y la “autoestima”, y luego todo lo demás.

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