viernes, 25 de diciembre de 2015

La canonización de Teresa de Calcuta

Ya se ve que la Santa Madre Iglesia sigue fiel a su política de procurarse adeptos, o adictos, en lugar de centrarse en lo fundamental.
Si el populismo hace que descienda el número de fieles en Iberoamérica, elige un papa populista, aunque sea imbécil, para contrarrestar el efecto. Si la gente ya no va a misa o deja de creer en los milagros, canoniza a velocidad de crucero.
Creer en los milagros, hoy en día, es como creer en la magia. No debería la Iglesia insistir en este camino, que es pan para hoy y hambre para mañana. Hablar de milagros es dar armas a sus enemigos, que son muchos. Los milagros, sencillamente, no existen. ¿Por qué un santo o una santa tendría que curar a una niña y no a la de la casa de al lado, que es mucho más devota y buena persona? ¿Por qué si hay tantos santos en el cielo no hace cada uno de ellos un milagro y evitan entre todos que mucha gente muera de hambre? Puedo indicarles a esta santa nueva o a otros santos anteriores, recientes o antiguos, dónde hay necesidades apremiantes.
Se puede comprender que en otras épocas remotas se produjeran canonizaciones, dado que la resistencia ante la adversidad, digámoslo así, parecía sobrenatural. Era lógico suponer en aquellos tiempos que si habían aguantado tanto se debía a la asistencia divina de la que habían gozado. O que si habían llevado a cabo una vida ejemplar el motivo era el mismo. Pero entonces se tomaban las cosas con más parsimonia y, por lo menos, intentaban hacerlo seriamente. El llamado abogado del diablo desempeñaba su labor con celo y muchas veces obstinación.
El proceso duraba tiempo y cabe pensar que, al menos, algunos de los que intervenían en él creían en lo que estaba haciendo, aunque también cabe suponer que algún que otro caradura o sinvergüenza tendría que haber entre los implicados.

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