Tras leer la entrevista que le han hecho al caballero que conducía a 260 kilómetros por hora, se comprende rápidamente que le hayan devuelto el carnet. Uno está acostumbrado a observar las actuaciones de unos más que dignos émulos de los antiguos beocios. Para lograr condenarles los tribunales precisan de unas pruebas imposibles de conseguir. Puesto que no pueden ser condenados, creen que lo que hacen está bien. Uno está acostumbrado también a ver como el tráfico rodado hace caso omiso de los semáforos en rojo y de los pasos de cebra, poniendo a veces en riesgo la integridad física de los viandantes. Tampoco conviene olvidar a las bicicletas que van por las aceras, a menudo a toda velocidad y sorteando peatones. Tampoco conviene olvidar lo que se comenta de esos políticos que antes de dedicarse a la política no tenían nada y luego incrementaron grandemente su patrimonio. Ignoro si es cierto o no lo es. Sólo sé que el río suena. Para el caso que interesa ahora es suficiente con eso. Es decir, uno está acostumbrado a ver desmanes, los comentados y muchos otros, que quedan impunes. Es decir, ante la posibilidad de cometer una infracción legal o moral impunemente, no tienen la entereza moral de Jeliazko Petkov. Es que ni siquiera la saben apreciar, señal de que están muy distantes de alcanzarla. No la saben apreciar puesto que no consta que dada la precariedad del héroe, se haya hecho nada para remediarla. Volviendo al caso del señor (al que no conozco ni tenía noticia suya) que teniendo un coche de lujo, no pudo resistir la tentación de comprobar su potencia, confiado en que el peligro no era mucho, lo que acaso fuera cierto, lo raro es que sólo lo hayan pillado una vez y que ocurriera cuando no había ningún peligro para nadie más que para él y su acompañante. Y más raro todavía resulta que sea al único al que han pillado. ¿Nadie más tiene un coche como ese?
1 comentario:
Muy interesante la entrevista, gracias por el link.
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