sábado, 22 de marzo de 2008

El ayuntamiento de Valencia en su laberinto

Andan metidos en pleitos los señoritos de la Copa América y con ello trastocan los planes de la ciudad. Se supone que a la alcaldesa y a los concejales no les llega la camisa al cuerpo, toda vez que han tratado este asunto con inusitada alegría. A los ciudadanos nos toca preguntarnos si todo este lío nos cuesta algún dinero, amén de modificar toda la programación de la ciudad. Es decir, convendría que los contribuyentes valencianos supiéramos si de algún modo estamos pagando los gastos que conllevan todos esos juicios.
Hay dos valencianos, Guillermo Caballero Martínez y Julio Antonio Casino Ibáñez, jubilados ambos, que primero uno y luego el otro y cada uno de ellos a solas, se enfrentaron con un atracador que iba armado con una enorme navaja, con el objetivo de defender el primero al rehén y el segundo al rehén y al primer defensor. Ambos contaron para su acción con una silla y el factor sorpresa, puesto que el atracador en ningún caso se esperaba esas reacciones. Del análisis de los hechos resulta que el atracador no mató a nadie porque era un profesional y en ningún momento se sintió en verdadero peligro. Finalmente, optó por huir. He pedido un premio para los dos héroes al ayuntamiento de Valencia y mediante este artículo lo vuelvo a pedir.
Al ayuntamiento de Valencia le cunden más otras cosas. Unos ricos se meten a directivos de fútbol, derrochan el dinero y luego piden ayuda al ayuntamiento. Alfonso Grau, que cree que lo mismo da Marchalenes que Marxalenes, los higos que las esponjas, y que al trabajo concienzudo para averiguar la procedencia del término Marchalenes le llama “ver reminiscencias”, ni corto ni perezoso recalifica Mestalla y cambia el uso de un solar municipal, para que el club de fútbol edifique allí el nuevo campo. Toda Valencia echada a perder.
Todo parece indicar que al ayuntamiento de Valencia le va lo grandioso, aunque a veces esa grandiosidad sólo sea aparente y al final nos cuesta más la torta que el pan. Se interesa menos por la gente humilde, aunque los gestos de algunos humildes estén fuera del alcance de la inmensa mayoría, incluidos los ricos.

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