Según una reciente encuesta, siete de cada diez españoles piensan que los políticos procuran más por sus intereses personales que por los de los ciudadanos. Ese treinta por ciento que confía en los políticos me parece un porcentaje demasiado elevado. ¿Qué motivos hay para confiar en los políticos? Habría que recordar el caso de Alonso Puerta, que en los albores de la democracia fue expulsado del partido socialista. No consta que ningún otro político, de ese partido o de ningún otro, se haya atrevido a lo mismo.
¿Es que no hay corrupción en los partidos? ¿Ningún político sabe que otro de su partido se haya enriquecido en la política? Al menos, sospechas hay. González Pons quería saber, en la pasada campaña electoral, cuántas propiedades tiene Fernández de la Vega y cómo las ha conseguido. Por su parte, él afirmaba que vive en un piso alquilado. O sea, que después de tantos en la política no tiene vivienda propia. Al final, los ciudadanos no nos enteramos de nada, puesto que ninguno de los dos tenía ningún interés de aclarar la cuestión, en beneficio de los ciudadanos, sino que pretendían desprestigiarse mutuamente, por motivos electorales.
Nuestro sistema electoral, por otra parte, no permite muchas alegrías a los políticos con vocación de servicio. Cuando un político resulta molesto en su propio partido, porque no encaja exactamente en la línea oficial, se le excluye de las listas o se filtra a la prensa alguna irregularidad suya, si no ha sabido apartarse a tiempo. Las listas cerradas obligan que quienes quieran medrar deban ajustarse exactamente a los gustos de la cadena de mando y a sonreír siempre a los superiores y a esperar que se fijen en uno. El ciudadano puede aportarles poco en lo que a su carrera política se refiere. Como consecuencia, el hombre de la calle sólo les sirve una vez cada cuatro años, cuando consiguen arrancarle su voto, que es como una patente de corso para ellos.
Habría que establecer algún método que obligara a los políticos a tener en cuenta a los votantes durante todos los días del año. Habría que premiar a los políticos que denunciaran y probaran la corrupción de otros políticos.
¿Es que no hay corrupción en los partidos? ¿Ningún político sabe que otro de su partido se haya enriquecido en la política? Al menos, sospechas hay. González Pons quería saber, en la pasada campaña electoral, cuántas propiedades tiene Fernández de la Vega y cómo las ha conseguido. Por su parte, él afirmaba que vive en un piso alquilado. O sea, que después de tantos en la política no tiene vivienda propia. Al final, los ciudadanos no nos enteramos de nada, puesto que ninguno de los dos tenía ningún interés de aclarar la cuestión, en beneficio de los ciudadanos, sino que pretendían desprestigiarse mutuamente, por motivos electorales.
Nuestro sistema electoral, por otra parte, no permite muchas alegrías a los políticos con vocación de servicio. Cuando un político resulta molesto en su propio partido, porque no encaja exactamente en la línea oficial, se le excluye de las listas o se filtra a la prensa alguna irregularidad suya, si no ha sabido apartarse a tiempo. Las listas cerradas obligan que quienes quieran medrar deban ajustarse exactamente a los gustos de la cadena de mando y a sonreír siempre a los superiores y a esperar que se fijen en uno. El ciudadano puede aportarles poco en lo que a su carrera política se refiere. Como consecuencia, el hombre de la calle sólo les sirve una vez cada cuatro años, cuando consiguen arrancarle su voto, que es como una patente de corso para ellos.
Habría que establecer algún método que obligara a los políticos a tener en cuenta a los votantes durante todos los días del año. Habría que premiar a los políticos que denunciaran y probaran la corrupción de otros políticos.
1 comentario:
Y todavia hay quien cree que vivimos en una democracia...
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