Hizo unas declaraciones, Pasqual Maragall, a El Periódico, en las que afirma que cree en los sueños que mueven voluntades. Y va y se queda tan ancho. Todos los sueños mueven voluntades, eso deberíamos saberlo todos. Cada uno lucha en la vida para cumplir su sueño, o lo que más se le parezca. Si todos soñáramos con un mundo justo, no habría hambre, no habría guerra, tampoco terrorismo y probablemente los nacionalistas tendrían poco que hacer. La justicia es incompatible con los caprichos, con los egoísmos, con la violencia, con la exageración.
Lo que ocurre es que en este mundo de nuestros pecados la gente tiende a desear en sus sueños cosas egoístas y luego lucha por ellas, sin tener en cuenta si en el camino hacia la meta que se ha marcado perjudica a alguien. ¿Es la ley el único freno de muchos? He aquí que los nacionalistas persiguen sus sueños, que tampoco se sabe exactamente por qué han surgido ni qué necesidad hay de ellos. Si lo que quieren es justicia, ¿para qué tantos aspavientos? Es bueno para la humanidad fomentar el uso de las lenguas, sobre todo si están en peligro de extinción, porque una lengua es una forma de mirar la vida. Conviene proteger también aquellas costumbres que merezcan la pena, por su valor sentimental y porque ayudan a entender una época, unas circunstancias, unos modos de vida. Pero ni el cuidado de las lenguas, ni la protección de las costumbres dan derecho a que se asfixie o niegue el desarrollo de otras lenguas y otras costumbres, siempre que estas últimas no contravengan la legislación vigente.
Así como se puede, y se debe, proteger la lengua y las costumbres –no todas-, hay que dejar que las personalidades colectivas se vayan conformando por sí mismas, sin forzar ni obligar a nadie. Las personalidades de los pueblos son fruto de las circunstancias y éstas cambian. Tratar de modificar el desarrollo normal de las cosas sólo puede servir para entorpecer o para causar sufrimiento. Predicar egoísmos y delirios de grandeza no contribuye a hacer un mundo más justo. Hay que soñar bien.
Lo que ocurre es que en este mundo de nuestros pecados la gente tiende a desear en sus sueños cosas egoístas y luego lucha por ellas, sin tener en cuenta si en el camino hacia la meta que se ha marcado perjudica a alguien. ¿Es la ley el único freno de muchos? He aquí que los nacionalistas persiguen sus sueños, que tampoco se sabe exactamente por qué han surgido ni qué necesidad hay de ellos. Si lo que quieren es justicia, ¿para qué tantos aspavientos? Es bueno para la humanidad fomentar el uso de las lenguas, sobre todo si están en peligro de extinción, porque una lengua es una forma de mirar la vida. Conviene proteger también aquellas costumbres que merezcan la pena, por su valor sentimental y porque ayudan a entender una época, unas circunstancias, unos modos de vida. Pero ni el cuidado de las lenguas, ni la protección de las costumbres dan derecho a que se asfixie o niegue el desarrollo de otras lenguas y otras costumbres, siempre que estas últimas no contravengan la legislación vigente.
Así como se puede, y se debe, proteger la lengua y las costumbres –no todas-, hay que dejar que las personalidades colectivas se vayan conformando por sí mismas, sin forzar ni obligar a nadie. Las personalidades de los pueblos son fruto de las circunstancias y éstas cambian. Tratar de modificar el desarrollo normal de las cosas sólo puede servir para entorpecer o para causar sufrimiento. Predicar egoísmos y delirios de grandeza no contribuye a hacer un mundo más justo. Hay que soñar bien.
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