Viene un ser humano al mundo y mira a las estrellas y aún absorto por la inmensidad del Universo, todavía tratando de averiguar cómo puede encajar su pequeñez ante tanta grandiosidad, maravillado al descubrir tanta belleza, comienza a recibir presiones, normas, consignas, amenazas. Pronto comprueba, que si las desatiende, comienzan a cerrársele puertas, que no es probable que se vuelvan a abrir jamás. Le proscriben y le maldicen. Y se queda solo y desnudo, por defender su libertad. De modo que ya sabe que quienes le han puesto en esa situación, no le quieren. Tal vez, dé las gracias al Cielo por haberle aclarado las cosas con tanta rapidez.
La Asociación de Teólogos del Tercer Mundo no está conforme con la condena de un libro de José María Vigil, uno de sus miembros, hecha por la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe, con la excusa de que es un instrumento dañino para la fe de los sencillos, según noticia difundida por el diario Levante.
Cabe preguntarle entonces a esta comisión episcopal cómo piensa que han adquirido su fe los sencillos. Porque si como la misma Iglesia dice, todos somos iguales para Dios, sencillos y complicados, cultos e incultos, blancos o negros, todos hemos de tener las mismas posibilidades de lograr la fe. Y de conservarla. ¿Por qué hay que proteger, entonces, a los más sencillos? Tienen tanto derecho como los demás a informarse. Pero es que al condenar el libro no se lo hurta sólo a los más sencillos, sino a todos.
Un ser humano privado de libertad no es humano. Si no puede decidir por sí mismo, si ha de optar siempre por lo que le manden u ordenen, acaba siendo un hipócrita, termina siendo un robot sin corazón, sin principios y sin criterio. La duda ennoblece a las personas. Alguien con la certeza incrustada en el entrecejo es capaz de cualquier cosa, incluso de prohibir un libro. Quien duda, se abstiene de golpear, no vaya a ser que esté equivocado y una vez asestado el golpe sus consecuencias ya no tengan remedio.
La Asociación de Teólogos del Tercer Mundo no está conforme con la condena de un libro de José María Vigil, uno de sus miembros, hecha por la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe, con la excusa de que es un instrumento dañino para la fe de los sencillos, según noticia difundida por el diario Levante.
Cabe preguntarle entonces a esta comisión episcopal cómo piensa que han adquirido su fe los sencillos. Porque si como la misma Iglesia dice, todos somos iguales para Dios, sencillos y complicados, cultos e incultos, blancos o negros, todos hemos de tener las mismas posibilidades de lograr la fe. Y de conservarla. ¿Por qué hay que proteger, entonces, a los más sencillos? Tienen tanto derecho como los demás a informarse. Pero es que al condenar el libro no se lo hurta sólo a los más sencillos, sino a todos.
Un ser humano privado de libertad no es humano. Si no puede decidir por sí mismo, si ha de optar siempre por lo que le manden u ordenen, acaba siendo un hipócrita, termina siendo un robot sin corazón, sin principios y sin criterio. La duda ennoblece a las personas. Alguien con la certeza incrustada en el entrecejo es capaz de cualquier cosa, incluso de prohibir un libro. Quien duda, se abstiene de golpear, no vaya a ser que esté equivocado y una vez asestado el golpe sus consecuencias ya no tengan remedio.
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