Escribe Javier Marías, en su blog, un artículo titulado Un poco de memoria histórica, En el que da cuenta de algo que hicieron a su padre ciertos personajes y que éste ya había contado en sus memorias, aunque sin dar nombres. Nunca fue su deseo decirlos, según confirma el propio Javier, que por su parte, sí quiere que sean conocidos.
Recuerdo uno de los pocos artículos que escribió Antonio Muñoz Molina, en el Semanal, cuando sustituyó precisamente a Javier Marías, hasta que a su vez fue sustituido por José Manuel de Prada. Contaba AMM los casos de tres víctimas que muchos años después recordaban con nitidez las atrocidades que habían sufrido, aunque no tenían ninguna posibilidad ni tampoco ningún deseo de vengarse. La conclusión del artículo era que las víctimas siempre recuerdan lo que se les ha hecho.
Yo me atrevería a decir que con posterioridad es probable que Julián Marías recibiera otras afrentas homologables a las señaladas; los resultados no serían iguales, pero la intención de hacer daño pudo incluso ser mayor. Y lo digo sin haber conocido jamás al ilustre filósofo. En mi opinión, no es necesario ir tan atrás en el tiempo para tener noticia de las atrocidades. En nuestros días se cometen sin cesar y la mayor parte de las veces con total impunidad.
Goethe explicó que la más cruel de las venganzas consiste en no vengarse. En este sentido, la postura de Julián Marías consistente en no revelar los nombres de los infames puede entenderse como una negativa a reconocerles su derecho a existir. Una vez hecho el mal y dando por seguro, como no podía ser de otra manera, que la fechoría iba a quedar impune, iba a escocer más a los fulanos que se contara el suceso de una forma superficial, simplemente para que quede constancia.
Los verdugos tienden a minimizar y olvidar sus hechos, sin duda porque el recuerdo les resulta molesto. Las víctimas guardan memoria nítida, porque el sufrimiento ennoblece. Hay que dejar, pues, que los primeros olviden. Y así, al final, su memoria estará totalmente vacía.
Recuerdo uno de los pocos artículos que escribió Antonio Muñoz Molina, en el Semanal, cuando sustituyó precisamente a Javier Marías, hasta que a su vez fue sustituido por José Manuel de Prada. Contaba AMM los casos de tres víctimas que muchos años después recordaban con nitidez las atrocidades que habían sufrido, aunque no tenían ninguna posibilidad ni tampoco ningún deseo de vengarse. La conclusión del artículo era que las víctimas siempre recuerdan lo que se les ha hecho.
Yo me atrevería a decir que con posterioridad es probable que Julián Marías recibiera otras afrentas homologables a las señaladas; los resultados no serían iguales, pero la intención de hacer daño pudo incluso ser mayor. Y lo digo sin haber conocido jamás al ilustre filósofo. En mi opinión, no es necesario ir tan atrás en el tiempo para tener noticia de las atrocidades. En nuestros días se cometen sin cesar y la mayor parte de las veces con total impunidad.
Goethe explicó que la más cruel de las venganzas consiste en no vengarse. En este sentido, la postura de Julián Marías consistente en no revelar los nombres de los infames puede entenderse como una negativa a reconocerles su derecho a existir. Una vez hecho el mal y dando por seguro, como no podía ser de otra manera, que la fechoría iba a quedar impune, iba a escocer más a los fulanos que se contara el suceso de una forma superficial, simplemente para que quede constancia.
Los verdugos tienden a minimizar y olvidar sus hechos, sin duda porque el recuerdo les resulta molesto. Las víctimas guardan memoria nítida, porque el sufrimiento ennoblece. Hay que dejar, pues, que los primeros olviden. Y así, al final, su memoria estará totalmente vacía.
1 comentario:
Julián Marías llevó siempre su propia independencia hasta el extremo. Y esa independencia pudo ser confundida -de buena o mala fe- con desdén o vanidad.
A Julián Marías le pasó lo tantas veces dicho; no fue justamente valorado por unos (por ser republicano primero y no franquista después) ni por los otros (no era de izquierdas y era católico).
Algo similar -no en todo- le pasó a su maestro Ortega.
Y luego está la envidia, capital pecado tan extendido por estas tierras ibéricas. La envidia fue la causa de su prisión y defenestramiento cuando era joven y no dejó de acompañarle en toda su larga vida. Recordemos tan sólo lo poco premiado que fue; desde luego no el premio Cervantes, ni tan siquiera el premio nacional de ensayo algún año...
Y estoy convencido que él en lo íntimo no perdonó nunca que las circunstancias (otra vez su maestro Ortega) no le elevaran a la cumbre que, en mi opinión, merecía.
Porque vanidoso si que era don Julián. Pero fundamentalmente, un pensador de primera categoría y un escritor fecundo y mejor que bueno.
Saludos.
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