Hace algún tiempo, acaso porque en Francia se hablaba de lo mismo, Lluis Foix escribió un artículo en La Vanguardia, en el que versaba sobre los ascensores sociales. Ya lo he comentado alguna vez. Nos ha llegado de la misma Francia La elegancia del erizo, un libro con el que su autora, Muriel Barbery, ha desmontado esta teoría. Unas semanas después de Foix, fue Jordi Pujol quien hizo hincapié en los citados ascensores sociales.
Quienes están instalados en esta sociedad de nuestros pecados, y a la vista de las necesidades que padece la mayoría, necesitan justificarse ante sí mismos y ante los demás su posición. Para ello piensan que la sociedad tiene unos mecanismos mediante los cuales quienes valen suben al ascensor y éste los lleva al lugar que merecen. Este es un modo egoísta y simple de ver las cosas. Son muchas las circunstancias que pueden hacer que quienes valen se queden por el camino y también son demasiadas las que permiten que los botarates se encaramen a lo más alto. No hay más que levantar la vista hasta las alturas.
Si comparamos al mismo Jordi Pujol, del que hay muchos escritos, discursos y actuaciones que permiten que nos hagamos una idea de él, con Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Javier Marías, José Manuel de Prada o Arturo Pérez Reverte, por citar otros de los que también podemos tener opinión, nos daremos cuenta de que intelectualmente está muy por debajo. No es tan inteligente como ellos, pero es muy listo. Así que ha explotado la ideología nacionalista, artificio mental mediante el que ha logrado seducir a un número importante de personas.
En “La elegancia del erizo” es ni más ni menos que una portera la encargada de poner patas arriba todo el entramado social. Una portera que una vez muerto su marido, cuya incultura le servía de coartada, mantiene encendida la televisión, procura que de la cocina salgan ciertos aromas, mientras ella, en otro lugar de la casa, desde el que puede controlar todas las entradas y salidas, lee libros de filosofía y escucha música clásica. Eso de los ascensores sociales, definitivamente, es un mito.
Quienes están instalados en esta sociedad de nuestros pecados, y a la vista de las necesidades que padece la mayoría, necesitan justificarse ante sí mismos y ante los demás su posición. Para ello piensan que la sociedad tiene unos mecanismos mediante los cuales quienes valen suben al ascensor y éste los lleva al lugar que merecen. Este es un modo egoísta y simple de ver las cosas. Son muchas las circunstancias que pueden hacer que quienes valen se queden por el camino y también son demasiadas las que permiten que los botarates se encaramen a lo más alto. No hay más que levantar la vista hasta las alturas.
Si comparamos al mismo Jordi Pujol, del que hay muchos escritos, discursos y actuaciones que permiten que nos hagamos una idea de él, con Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Javier Marías, José Manuel de Prada o Arturo Pérez Reverte, por citar otros de los que también podemos tener opinión, nos daremos cuenta de que intelectualmente está muy por debajo. No es tan inteligente como ellos, pero es muy listo. Así que ha explotado la ideología nacionalista, artificio mental mediante el que ha logrado seducir a un número importante de personas.
En “La elegancia del erizo” es ni más ni menos que una portera la encargada de poner patas arriba todo el entramado social. Una portera que una vez muerto su marido, cuya incultura le servía de coartada, mantiene encendida la televisión, procura que de la cocina salgan ciertos aromas, mientras ella, en otro lugar de la casa, desde el que puede controlar todas las entradas y salidas, lee libros de filosofía y escucha música clásica. Eso de los ascensores sociales, definitivamente, es un mito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario