Pero no como los de la plaza; Alfonso Rus es peligroso; tanto que Alberto Fabra le ha tenido que decir que lo tendrá en cuenta. A unos los desalojan y a otros casi les piden perdón. Los motivos de la indignación de Rus también son diferentes; resulta que cuando estaban discutiendo quién sería el sucesor de Francisco Camps, no le consultaron a él. Lo que quiere Rus es mandar, figurar, parecer. Y cubrir la plaza de toros. Probablemente se cree que es una idea genial.
El problema de España no es el sistema autonómico, que esa sí que fue una idea buena, aunque luego no se desarrolló bien. Los personajes como Winston Churchill suelen salir muy de tarde en tarde. No son nada frecuentes. España necesitaría dieciocho. Y luego están las diputaciones. Alfonso Rus es presidente de diputación. Alfonso Rus no tiene nada que ver con Winston Churchill. No se le parece en el nombre, ni en el forro, ni en los portes, ni en el talento. En el talento, desde luego, no. No es imaginable que Winston Churchill, en el caso de la dimisión de Camps, tan dramático, hubiera exteriorizado su orgullo herido en lugar de la solidaridad hacia el dimisionario, a quién había defendido hasta el último momento.
Habría que estudiar la trayectoria de Rus con Zaplana, y no consta que asistiera ayer al entierro del hijo de este último, como tampoco consta que asistieran otros que presumen de ser fervientes católicos y que iniciaron sus carreras políticas gracias a él. Ahora, Rus se debe a Alberto Fabra, Camps ya es parte de la historia.
Pero Alfonso Rus, sobre todo, necesita llamar la atención. Una buena prueba de ello está en la Wikipedia. Invitó al príncipe Felipe a que acudiera a Játiva a pedir perdón porque su antepasado Felipe V ordenó incendiar la ciudad. A cambio, ordenaría poner derecho el cuadro que históricamente cuelga boca abajo en Játiva. La pregunta es: ¿se habrá molestado en leer el libro de Henry Kamen?
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