Gracias a estos seis miembros del Tribunal Constitucional, Pascual Sala Sánchez, Eugeni Gay Montalvo, Elisa Pérez Vera, Adela Asúa Batarrita, Luis Ignacio Ortega Álvarez y Pablo Pérez Tremps, las víctimas de ETA van de humillación en humillación. Y los demás españoles también.
Difícilmente hubieran legalizado a Bildu en el caso de que hubieran leído Vidas rotas y Mal consentido, cosa que probablemente tampoco ha hecho Zapatero.
Los dirigentes de Bildu dicen que tienen previsto reunirse y trabajar por todas las víctimas, entre ellas las de ETA. Es decir, nada que ver con lo que se demuestra en los libros citados anteriormente: contra la lógica de la razón, el poder de la fuerza. El poder que proporciona la banalización del mal, el número de los que se encogen de hombros y cuyo mayor esfuerzo consiste en buscar excusas para justificar su cobardía.
Supongo que las víctimas de ETA no querrán reunirse con Bildu, bastante tienen con soportar a diario el bochorno de verlos mandando en las instituciones. Quizá quiera hacerlo Eduardo Madina, pero si lo hace, previsiblemente, será en su propio nombre y, como mucho, en el de Zapatero. Yo, desde luego, no me considero representado por nadie que hable con Bildu, esa mierda, hablando claro.
ETA, por muchos votos que logre Bildu, toda vez que se le ha permitido concurrir a las elecciones invadiendo impunemente las competencias del Tribunal Supremo que había decidido lo contrario, no tiene más futuro que el desaparecer por las alcantarillas de la historia. ETA es una muestra más de lo bajo que puede llegar a ser el género humano, bajeza a la que se llega cuando se relajan los controles éticos que debe tener cualquier persona. En este sentido, la legalización de Bildu puede entenderse como un relajamiento de los controles éticos colectivos. Es dar derecho a concurrir a la vida pública personas capaces de igualar cosas tan dispares como las víctimas del terrorismo y los familiares de los asesinos.
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