El tal Mohamed es el VI, que es como si se dijera “el pájaro de cuentas”. Dicen que están estudiando el cerebro de Einstein, pero mejor sería estudiar el del tal Mohamed, mucho más creativo: tiene ideas para todo, algunas de ellas espectaculares, excepto para remediar el hambre de sus súbditos.
La penúltima de sus ideas geniales, porque seguro que se le está ocurriendo otra, consiste en reclamar a España la mitad de los beneficios económicos que genera la Alhambra de Granada. ¿Para qué querrá tanto dinero si ya es uno de los hombres más ricos del mundo? ¿Qué capricho queda fuera del alcance de su bolsillo? Aunque lo sabe perfectamente, se calla que España podría ponerle una demanda por daños y perjuicios por haber invadido la península ibérica y permanecer en ella durante ocho siglos. Se lo calla porque sabe que no se lo van a hacer. Lo impide el sentido del ridículo. Este sentido falló, no obstante, cuando un cretino español, no recuerdo cuál, fue a las Américas a pedir perdón por haberlas descubierto y conquistado. Este espécimen olvidó exigir que actuaran del mismo modo con España los ingleses, que tantas putadas nos han hecho, incluida Gibraltar, los franceses, que ídem de lienzo, los romanos, que impusieron su ley a sangre y fuego, todos aquellos que han venido a España en plan salvaje y nada conciliador, a la Virgen, que fue a aparecerse en Lourdes, pudiendo haberlo hecho en tantos lugares de España. La Alianza de las Civilizaciones debe de ser algo de eso, todos pidiéndonos perdón unos a otros, compartiendo ganancias y bebiendo vino.
El problema con Mohamed consiste en que nunca da nada más que palos, sólo pide y además pide lo que no es suyo. Y los hay que se lo permiten todo, como a los niños malcriados. Gadafi debe de estar mosca: ¿por qué a ese le consienten a mí no? Esa es la cuestión: hay que darle, pero no lo que pide, sino lo mismo que a Gadafi.
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