Cuando Sócrates fue condenado a muerte, ante la evidencia de que pretendían hacerle un mal, preguntó a sus jueces si había vuelto alguien del otro mundo para contar que la muerte es realmente una cosa mala. Les preguntó también si pensaban escaparse de ella.
Y es que la muerte constituye el eje de la vida de cualquier persona. Todos nos hemos de morir, pero no sabemos cuando. Conocí a alguien muy aficionado a la lotería. Cuando ya había cumplido los 60 años, le tocó un premio que venía a ser como lo que había ganado en treinta años de trabajo; no lo pudo disfrutar porque se murió al día siguiente. Visto desde el lado de acá, la muerte siempre es inoportuna.
Aunque esto último tampoco es cierto del todo. Quien vive en la abundancia es más probable que mire a la muerte con reparo que quien pasa penurias. Y quienes viven situaciones extremas es muy posible que esperen la muerte con ilusión. La muerte puede ser la amiga que libera de todo. ¿Qué habrá detrás de la muerte? No parece descabellado pensar que para muchos, sea lo que sea lo que haya o deje de haber, no será peor que lo que les toca vivir. Esto debería avergonzarnos.
En lo que concierne a Chávez, lo cierto es que le ha tocado pensar en que le ronda. Puede que logre eludirla momentáneamente, pero lo que ha demostrado es que la teme, puesto que ha borrado esa palabra de su vocabulario. Chávez no tiene nada que ver con Sócrates en ningún aspecto, pero se cree más grande que él. Chávez puede creerse lo que le dé la gana. Tampoco tiene nada que ver con Simón Bolívar, pero lo manosea. Hugo Chávez pertenece a la abundante clase de gente que cree en la impunidad, puesto que hace lo que se le antoja, con los muertos, como Simón Bolívar y con los vivos, como María Lourdes Afiuni. Pero más pronto o más tarde también será cadáver.
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