Hay que ir a la peluquería de vez en cuando. En eso estamos todos de acuerdo. Lo que ocurre es que las hay que piensan que más que una obligación es un derecho. Y, por consiguiente, van varias veces a la semana a costa del erario público. Son dos las señoras de las que tengo noticia que hacen eso, pero ya me daría yo con un canto en los dientes si sólo fueran dos.
Van con el coche oficial, por supuesto. De modo que entre la peluquería, que es de las caras, el conductor del coche y la gasolina puede gastar cada una de ellas cada vez lo que una familia humilde en una semana. Esto es el gasto del loro dirán ellas, pero es significativo de la poca empatía que sienten hacia la gente que pasa penurias. Lo que ellas gastan cada vez puede ser lo que han rebajado a un funcionario de su sueldo mensual. O más.
Se rumorea también que un funcionario tiene como misión llevar el bolso y las gafas de una dama, con el fin, se supone, de que ella dedique todas sus energías mentales a pensar en los asuntos propios de su cargo político, y no se tenga que entretener buscando las gafas y el bolso.
Las noticias sobre los derroches de los políticos abundan. Merkel obliga a recortar más. Fabra, en lugar de suprimir organismos prescindibles, para ahorrar, como sería el caso del CVC y de otros, ha confirmado a Grisolía como presidente del mismo. Colom recibió dinero de Millet para financiar su partido y aún hay quien afirma que Colom es honrado.
No se ve que los militantes denuncien estas prácticas o abandonen los partidos en protesta por estas prácticas. ¿Podemos salir de la crisis con esta clase política? Más bien cabe entender que estamos abocados a que las facturas corran a cargo de los mismos de siempre. Sería un auténtico milagro que la corrupción y el derroche disminuyeran un poco. Sólo un poco.
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