Eso de que siempre nos quedará París viene a ser más una construcción poética que otra cosa. Pero cuesta mucho imaginar esa poesía cuando se advierte que lo que prima en todo momento es el interés material. En este caso, resulta descorazonador enterarse de que tanto Martine Aubry como Ségolène Royal se han solidarizado con DSK.
Es cierto que no se deben hacer juicios paralelos y que las pruebas contra Dominique Strauss-Kahn no son concluyentes, pero me da a mí que algunos pobres han sido condenados a muerte con pruebas más endebles todavía. No es que yo quiera que DSK sea condenado, sino que observo que los poderosos suelen eludir sus problemas con la justicia con mucha más facilidad que los pobres. Las dos damas del partido socialista francés aplauden el desenlace, sin tener en cuenta a la denunciante, la camarera del hotel. El nacionalismo y el sectarismo partidista se han impuesto en el caso de ellas a su sentido de solidaridad con los pobres.
Los poderosos están muy acostumbrados a la impunidad, del mismo modo que los pobres siempre tienen algún complejo de culpa, pues son conscientes de que en cualquier momento pueden ser acusados de algo. No hay nadie perfecto y los poderosos necesitan sentirse como tales y para ello nada mejor que tener a toda la gente que puedan en un puño. En este punto conviene aclarar que hay personas que estando situadas en puestos de responsabilidad no pueden ser tenidas como poderosas, puesto que se limitan a cumplir con su obligación y a hacer las cosas del mejor modo que saben y pueden.
El historial de DSK es el propio de un poderoso y las adhesiones que ha recibido y el estilo de las mismas lo demuestran. Inocente o culpable del asunto del que fue denunciado, no es una buena noticia que vuelva a la política, ni que se le abran las puertas por si quiere volver. El Partido Socialista Francés no se ha cubierto de gloria precisamente.
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