sábado, 16 de junio de 2012

El desguace del Banco de Valencia

En tiempos no tan lejanos un ahorrador valenciano quisiera sacarle fruto a su dinero podía haberse fijado en el Banco de Valencia y tener en cuenta algunos detalles, como el de que se trata de un banco con más de cien años de antigüedad, que su presidente también había presidido poco antes la Generalidad Valenciana, lo que significa que su partido confiaba en él, que en el Consejo de Administración estaban notorios personajes de la vida valenciana y que su mayor accionista era Bancaja, que gozaba de sólido prestigio. Con todo esto en el pensamiento, decide invertir en el banco y compra un buen número de acciones.
Y pocos años después se encuentra con que estas acciones, que no eran tan rentables como otras, pero que creía seguras, no valen nada. ¿Cómo ha consentido el Consell que ocurra esto? ¿Es que no lo ha visto venir? ¿Qué ha hecho el Banco de España, cuyos auditores presumían de estar en un cuerpo de elite? ¿Qué la CNMV? Ninguno de los asideros que tenía el inversor ha funcionado, pese a que la mayoría cobra del Estado, o sea de los impuestos.
El inversor piensa que tampoco la prensa, ni siquiera la valenciana, le ha dado ninguna pista. ¡Ah, esos periódicos valencianos, con más de cien años de antigüedad, siempre al servicio de los lectores! Pues estarán al servicio de los lectores, pero será según en qué cosas, porque en este asunto no tiene nada de que presumir.
A toro pasado, cuando el asunto ya no parece que tenga remedio, Jesús Civera, en un artículo titulado La burguesía humillada, deja entrever que la misión de los interventores del Frob quizá haya sido la de hundir definitivamente al Banco de Valencia, puesto que se ha dedicado a espantar clientes.
¿Y qué han hecho para evitarlo Alberto Fabra, Rita Barberá, Jorge Alarte, los medios valencianos, Juan Roig, José Vicente González, Arturo Virosque, etc? La respuesta quizá sea que cada uno trata de conservar su puesto en la manada. Si alguien, por hacerse el héroe, es desplazado, su lugar es ocupado de inmediato. De lo que se deduce que vivimos en un mundo irracional, en el que poco o nada importa la justicia.

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