domingo, 15 de marzo de 2009

Andrés y Javier

Javier es el niño que nació para salvar a su hermano Andrés. De modo que puede decirse que sin Andrés, Javier no hubiera nacido. Y sin Javier, Andrés no hubiera podido vivir. Ambos dos se deben la vida uno al otro y tienen motivos para conocer desde la más tierna infancia lo importante que es la colaboración entre los seres humanos y también que para que esta exista en necesario el amor.
Igualmente, resulta muy imaginar la felicidad de los padres, que se sentirán plenamente satisfechos de la decisión que adoptaron. Su vida cobra una nueva dimensión y ya pueden mirar ilusionados el futuro de sus dos hijos.
Resulta difícil explicar la actitud, sobre este asunto, de Rouco, Cañizares, Amigo, García-Gasco, etc., que en su día se afanaron en buscar argumentos para oponerse a las pretensiones de los padres de los niños. El ser humano es un fin en sí mismo y no un medio. Premisa que se cumple tanto en Andrés como en Javier. No hay ningún motivo que permita pensar que los padres van a querer a un niño más que al otro.
Por otro lado es cierto que hay un exceso de banalidad en el mundo. Baste como ejemplo el deseo de muchos padres de elegir el color de los ojos o del cabello de sus futuros hijos. Pero también cabe catalogar como banal la suposición de que evitando la concepción de Javier se iba a poner freno a la otra práctica. Al mismo tiempo, tendrán que reconocer que ellos también contribuyen a fomentar esa banalidad. ¿Cómo interpretar sino el hecho de que todos los obispos destinados en el País Vasco se muestren condescendientes con el entorno etarra? ¿Cómo se puede catalogar el hecho de que se castigara al pueblo de Sinarcas sin misa? Otro cardenal afirmó: En estos momentos no sólo soy el cardenal valenciano con más poder, sino el de toda España. ¿Es banal el culto al poder?
Lo que no parece nada banal es la lucha por la vida. Ni tampoco se puede considerar banal el triunfo del amor.

No hay comentarios: