Después de haber negado la crisis durante tanto tiempo, a pesar de que muchos vivían, desde mucho antes de que se reconociera oficialmente, situaciones insostenibles, después de haber alardeado, e incluso blasonado, de la consistencia del sistema financiero español, no ha quedado más remedio que intervenir la Caja Castilla-La Mancha. Pero no sin antes haber intentado que fuera Unicaja la que resolviera la situación.
El hecho es grave, porque lo mejor para los ciudadanos hubiera sido que se interviniera mucho antes. Es cómo más barato hubiera resultado para los contribuyentes y menos escándalo hubiera levantado. La ciudadanía, por otra parte, hubiera sabido que el gobierno miraba por los intereses de todos. Información no le faltaba al gobierno, puesto que quienes dirigen la caja intervenida son militantes de su partido.
Lo que ocurre es que las cosas no pueden ser tan bonitas. Todo ha sido tramposo desde el principio. Hernández Moltó, ya ex presidente, ya apuntaba buenas maneras cuando demostró tener estómago suficiente para humillar a un Mariano Rubio indefenso, en el intento de desmarcar al PSOE de las actuaciones que se le presumían al entonces gobernador del Banco de España. Esa disposición de Hernández Moltó ha sido premiada con innumerables cargos.
Lo del aeropuerto Don Quijote debe de haber sido uno de los muchos encargos que debe de haberse afanado en cumplir, porque no se entiende de otro modo que la Caja Castilla-La Mancha se haya embarcado en ese negocio.
Por su parte, el gobernador del Banco de España, que también ha presumido de la implacable y tenaz supervisión del organismo que dirige, ha quedado en entredicho. Estos personajes suelen pedir que se abarate el despido, pero ellos no dimiten nunca. La tardanza en intervenir el Banesto, en su día, resultó perjudicial para muchos, pero lo de la Caja es peor. El Banesto era una entidad privada y la Caja Castilla-La Mancha no lo es tanto.
El hecho es grave, porque lo mejor para los ciudadanos hubiera sido que se interviniera mucho antes. Es cómo más barato hubiera resultado para los contribuyentes y menos escándalo hubiera levantado. La ciudadanía, por otra parte, hubiera sabido que el gobierno miraba por los intereses de todos. Información no le faltaba al gobierno, puesto que quienes dirigen la caja intervenida son militantes de su partido.
Lo que ocurre es que las cosas no pueden ser tan bonitas. Todo ha sido tramposo desde el principio. Hernández Moltó, ya ex presidente, ya apuntaba buenas maneras cuando demostró tener estómago suficiente para humillar a un Mariano Rubio indefenso, en el intento de desmarcar al PSOE de las actuaciones que se le presumían al entonces gobernador del Banco de España. Esa disposición de Hernández Moltó ha sido premiada con innumerables cargos.
Lo del aeropuerto Don Quijote debe de haber sido uno de los muchos encargos que debe de haberse afanado en cumplir, porque no se entiende de otro modo que la Caja Castilla-La Mancha se haya embarcado en ese negocio.
Por su parte, el gobernador del Banco de España, que también ha presumido de la implacable y tenaz supervisión del organismo que dirige, ha quedado en entredicho. Estos personajes suelen pedir que se abarate el despido, pero ellos no dimiten nunca. La tardanza en intervenir el Banesto, en su día, resultó perjudicial para muchos, pero lo de la Caja es peor. El Banesto era una entidad privada y la Caja Castilla-La Mancha no lo es tanto.
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