jueves, 5 de marzo de 2009

Sobre el frentismo

Los políticos suelen criticar el frentismo, conscientes de que es muy feo, cuando les interesa. Obvian, evidentemente, que ellos lo han propiciado y ellos lo fomentan. Al contrario que en los países tradicionalmente democráticos, en España la democracia no surge del pueblo, sino que le fue concedida al pueblo porque la deseaba. Y esto es lo que permitió que los partidos se guardaran el poder para sí.
Merced a este estado de cosas los políticos no responden ante los ciudadanos, sino ante las cúpulas de los partidos, a las que deben sus cargos. Eso es lo que permite, por ejemplo, que Serafín Castellano no sea destituido. Camps se indigna con las cosas que le afectan a él personalmente, pero si Serafín Castellano adjudica obras por un valor de 200000 euros a una sociedad gestionada por un amigo suyo y que está registrada a nombre de una administrativa del PP, ya no le irrita tanto. Y esto no es un hecho aislado, sin ir más lejos, Bibiana Aído, reparte generosas subvenciones en esta época de crisis, en la que tanta gente se está hundiendo irremisiblemente. El respeto a los ciudadanos brilla por su ausencia en todos y cada uno de los rincones de España.
El frentismo les resulta muy útil a los políticos, puesto que les proporciona el voto incondicional, que es el que les permite luego hacer y deshacer a su antojo. El frentismo es fácil de lograr, puesto que quienes se instalan en él quedan liberados del engorroso trámite de pensar. Si lo ha hecho su partido está bien, si lo ha hecho el oponente está mal. “Si les haces creer que piensan, te aman; pero si les haces pensar, te odian”.
El frentismo permite que los políticos, egoístamente, derrochen, en lugar de adelgazar el Estado hasta donde sea posible y deseable, para ahorrar gastos. Sí que están reduciendo tamaño y ahorrando todo lo que permiten las circunstancias las empresas privadas y las familias.

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